La toma de la Bastilla fue el primer paso de la Revolución, al que seguirían
muchos más. Las consecuencias de estos acontecimientos que convulsionaron
Francia durante años, algunos caracterizados por su extrema violencia y que
parecieron sumir al país en el caos, son complejas, y sus repercusiones son
visibles todavía. Una de las principales consecuencias de este proceso
revolucionario fue el fin de la monarquía y de los privilegios del clero y la nobleza.
Pero todo no sería tan sencillo. De hecho, tras la ejecución de sus monarcas, el
país se enfrentó con sus vecinos europeos, constituidos en lo que se conoce como
Primera Coalición (1792-1797), que declararon la guerra a la Francia
revolucionaria con la intención de restituir de nuevo la monarquía.

A pesar de ello, la Revolución francesa supuso el inicio de un cambio que
subvertía el orden feudal imperante en muchas naciones, en las que prendería la
semilla revolucionaria. Pero no solo sucedió en Europa. En el continente
americano, por ejemplo, las colonias españolas bebieron de las ideas
revolucionarias francesas que contribuyeron a alimentar sus ansias de
independencia. Ello provocaría que años después la Corona española viviese sus
propios procesos revolucionarios.
Asimismo, entre todos los cambios que trajo consigo la Revolución francesa se
puede destacar la profunda transformación que empezaron a experimentar los
modos de producción, con la implantación de la ley de la oferta y la demanda y
con el veto de la intervención estatal en asuntos económicos. En este nuevo
contexto económico y social, la pujante burguesía pasaría a ocupar el lugar que
había dejado vacante la aristocracia como clase dirigente. Y es que la Revolución
francesa permitió que por primera vez a los más humildes tener ciertos derechos.
La famosa consigna “Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte” daría pie a la
primera Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto
de 1789), que inspiraría la actual carta de Derechos Humanos.
Entre otras cosas, por primera vez se empezó a legislar para todo el mundo por
igual sin distinguir su procedencia social, credo o raza, y se abolió la prisión por
deudas. Pero no sucedió lo mismo con las mujeres. De hecho, ellas no tenían
derecho al voto, aunque sí se les concedió un papel más activo en la construcción
de una nueva sociedad. Todo ello desembocó en la promulgación de la primera
constitución francesa el 3 de septiembre de 1791, una carta magna que
garantizaba los derechos adquiridos durante el proceso revolucionario y reflejaba
el espíritu liberal de la economía y la sociedad.
Otra consecuencia importante de la Revolución francesa fue el establecimiento de
la separación entre Iglesia y Estado, un hecho fundamental en la transición hacia
el moderno Estado laico.