En el convulso tablero internacional, la última noticia sorprende tanto como
inquieta: Donald Trump ha anunciado que el alto el fuego entre Irán e Israel ha
entrado en vigor, y ha instado a ambos países a respetarlo. Lo hacía casi al
mismo tiempo que los equipos de emergencias trataban de rescatar a los heridos
tras el impacto de un misil iraní en un edificio de Beersheva (Israel). Es difícil no
apreciar la ironía en esa coincidencia. Según el presidente de EE UU, la tregua
“completa y total” durará 12 horas y después “se considerará que la guerra ha
terminado”.
Lo cierto es que Israel aceptó el alto el fuego con Irán tras una noche de ataques
recíprocos. La tregua fue confirmada por el propio Benjamin Netanyahu, quien
no dudó en proclamar que Israel ha cumplido su objetivo: eliminar la amenaza
nuclear iraní. Desde Teherán, la lectura es opuesta. El Gobierno iraní presenta el
alto el fuego como un éxito propio, después de atacar una base de EE UU en
Qatar y de haber lanzado seis oleadas de misiles contra Israel justo antes de que
la tregua entrara en vigor. Ambos bandos tratan así de construir su relato para
consumo interno y proyectarlo al exterior.








