Por Jorge Heine
Ex embajador en China e India
El gobierno de la República Dominicana ha anunciado el
aplazamiento de la X Cumbre de las Américas (CDA) prevista
para los días 4 y 5 de diciembre en Punta Cana. Es la primera
vez que se pospone una CDA.
No hay motivos para pensar que las condiciones para celebrar
dicha reunión mejoren dentro de tres o seis meses, por lo que lo
más probable que la cumbre se cancele. De ser así, esto podría
suponer el fin de las CDAs, precisamente en un momento en
que son más necesarias que nunca, dadas las profundas
diferencias que existen en el hemisferio.
Como principal evento diplomático del hemisferio occidental, las
CDAs se celebran desde hace poco más de 30 años.
Constituyen un foro útil, incluso vital, para que presidentes y
primeros ministros de todo el continente se reúnan e interactúen
con el presidente estadounidense, con quien rara vez se
encuentran en persona. De hecho, las cumbres se establecieron
en la época dorada del multilateralismo en la década de 1990,
cuando la cooperación internacional floreció tras el fin de la
Guerra Fría y parecía que no había límites para lo que se podía
lograr en materia de proyectos transfronterizos.
La primera reunión de la CDA tuvo lugar en Miami en 1994, y la
más reciente en Los Ángeles en 2022. La democratización y el
Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fueron los
motores iniciales de su agenda. Sin embargo, incluso después
de que estos perdieran fuerza, la idea de que las reuniones
entre los líderes de las Américas para abordar preocupaciones
comunes mantuvo eran beneficiosas mantuvo viva la iniciativa.
Al fin y al cabo, es difícil negar que algunos de los principales
desafíos que enfrentan hoy los países de las Américas, como el
narcotráfico, la migración ilegal, el crimen organizado y el
cambio climático, requieran algún tipo de respuesta colectiva.
Las CDA se basan en la idea del panamericanismo: la noción de
que hay algo más allá de las diferencias de idioma, historia y
nivel de desarrollo que une a los países del hemisferio
occidental, o el Nuevo Mundo, y los hace diferentes del cansado
Viejo Mundo al otro lado del Atlántico.
Este concepto es controvertido. Desde la izquierda, ha sido
denunciado como un intento poco transparente de encubrir los
designios imperialistas de Estados Unidos para facilitar la
explotación de América Latina y el Caribe en beneficio del
capital estadounidense. Sin embargo, esto ignora que, en un
mundo globalizado e interdependiente, las regiones tienen su
propia dinámica, que existen problemas de «vecindad
internacional» que requieren atención y que, en última instancia,
es mediante el diálogo que podemos resolver problemas y
encontrar puntos en común. Estos diálogos son más fructíferos
y productivos si se institucionalizan y estructuran, en lugar de
llevarse a cabo de manera ad hoc.
Al presidente Trump le disgusta el multilateralismo y los foros
internacionales de todo tipo, hasta el punto de que no asistió a
la VIII CDA en Lima en 2018, la primera vez que un presidente
estadounidense lo hacía. Y todos vimos que, tras reunirse con el
presidente Xi en Seúl al margen de la Cumbre de Líderes de la
APEC, se marchó inmediatamente, sin asistir a las sesiones
formales de la APEC. Todo indica que, al menos una de las
razones por las que se pospuso la CDA esta vez, además de las
dificultades para consensuar una declaración final (que ha sido
la versión oficial), es que Trump no estaba dispuesto a
comprometerse a asistir, lo que llevó al país anfitrión a
posponerla y, en la práctica, a cancelarla.
Sin embargo, la cumbre de la República Dominicana ya estaba
en peligro. Hace unas semanas, el gobierno dominicano anunció
que no invitaría a Cuba, Nicaragua ni Venezuela a la cumbre.
Esto causó un gran descontento en la región: la presidenta
mexicana, Claudia Sheinbaum, declaró que, en tales
circunstancias, no asistiría, y el presidente colombiano, Gustavo
Petro, criticó el anuncio y afirmó que tampoco asistiría.
Al no recibir invitación, la República Dominicana siguió la
estrategia estadounidense de 2022, cuando la exclusión por
parte de Washington del grupo de países que John Bolton
denominó «la troika de la tiranía» condujo al fiasco de la CDA de
Los Ángeles, con la asistencia de tan solo 23 líderes (de 35) y
sin declaración final. Además, la República Dominicana había
hablado inicialmente de una «cumbre inclusiva», un eufemismo
para invitar a Cuba y otros países, pero posteriormente cedió
ante las fuertes presiones del Departamento de Estado para no
hacerlo.
No cabe duda de que todo esto representa un gran fracaso de la
diplomacia dominicana. No se puede aspirar a jugar en las
grandes ligas si no se está preparado para llegar hasta el final.
También constituye un fracaso significativo del Departamento de
Estado de EE. UU. Tanto el secretario de Estado Marco Rubio
como el subsecretario Christopher Landau son expertos en
América Latina, hablan español con fluidez (Landau pasó parte
de su infancia en Chile) y han gestionado en estos meses
numerosos asuntos latinoamericanos prioritarios en la política
exterior estadounidense, como Panamá, Venezuela, el impacto
de las deportaciones masivas y la disputa entre EE. UU. y
Brasil.
Parte de su estrategia ha sido trabajar estrechamente con los
países más pequeños de Centroamérica y el Caribe, así como
con aquellos de Sudamérica, como Argentina, Ecuador y
Paraguay, que están ideológicamente alineados con la
administración Trump.
Una consecuencia de ello fue una inusual y poco ortodoxa
declaración reciente, firmada por Estados Unidos y varios de
estos países, en la que celebraban la derrota de la coalición
gobernante del MAS (Movimiento al Socialismo) en Bolivia y
afirmaban que el resultado de las elecciones pondría fin a “la
mala gestión económica de las últimas dos décadas”.
Esta afirmación es falsa, dado que Bolivia, entre 2010 y 2019,
tuvo uno de los mejores desempeños económicos del
hemisferio, con un crecimiento superior al 4% anual de forma
constante, a excepción de 2019, cuando creció al 2,2%, una
tasa de crecimiento mayor que la de Estados Unidos.
Lo cierto es que estos esfuerzos por divide et impera mediante
la creación de coaliciones con los países más pequeños de la
región para contrarrestar a países como Brasil, Chile, Colombia
y México, presionándolos para que sigan al pie de la letra el
dictado de Washington, estaban destinados a terminar en
desastres épicos, como con esta suspensión de la CDA 2025.
Pero el autosabotaje estadounidense de la CDA resulta
especialmente desconcertante por otro motivo. Se ha hablado
mucho de cómo Washington, durante el segundo mandato de
Trump, abandonaría el “giro hacia Asia” iniciado bajo Obama,
para priorizar la defensa y el fortalecimiento del hemisferio
occidental. Y sí, tanto las primeras giras de Rubio al extranjero
como los asuntos mencionados anteriormente subrayaron la
importancia que han tenido las Américas en la agenda de
política exterior estadounidense en este año.
Sin embargo, ¿cómo se concilia esto con boicotear una de las
instituciones diplomáticas hemisféricas clave, como la CDA?
¿Qué le seguirá a esto? ¿Retirar los aportes presupuestarios de
EEUU a la Organización de los Estados Americanos —como el
subsecretario Landau no descartó hacer en la Asamblea
General de la OEA en Antigua a principios de este año— o,
cerrar el Banco Interamericano de Desarrollo?
Es posible que las CDAs hayan cumplido su ciclo y que haya
llegado el momento de darles un entierro digno. Muchos
afirmaron que el CDA de Los Ángeles de 2022 demostró que
estaban en sus últimos estertores. El problema radica en que, el
terminar de echarlas por la borda mientras se insiste en que, por
primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la principal
prioridad de la política exterior de Washington es el hemisferio
occidental, resulta una contradicción flagrante.








