Por Jorge Varela
Analista politico

Pier Paolo Pasolini, quien ha sido descrito como ese ser de
personalidad atípica, ese profeta contradictorio y amante singular, “a
medio camino entre la teología y las iglesias católica o comunista, –
‘las dos iglesias’, (del cristiano o del cuervo)-, sabía que golpeando
siempre sobre el mismo clavo podía derribarse una casa.
En su última entrevista, pocas horas antes de ser asesinado,
señalaba: “en pequeño, un buen ejemplo nos lo dan los radicales,
cuatro gatos que consiguen remover la conciencia de un país”. “En
grande, el ejemplo nos lo da la historia”, le decía a Furio Colombo
(su entrevistador). “El rechazo ha sido siempre un gesto esencial.
Los santos, los ermitaños, pero también los intelectuales. Los pocos
que han hecho la historia son aquellos que han dicho no, en absoluto
los cortesanos”.
“El rechazo, para funcionar, debe ser grande, no pequeño, total, no
sobre este o aquel punto, ‘absurdo’, no de sentido común”.
“Eichmann, amigo mío”, “tenía mucho sentido común. ¿Qué le
faltó? Le faltó decir no, antes, al principio, cuando lo que hacía era

sólo administración rutinaria, burocracia”. (“La última entrevista”
de Pasolini, fue realizada por Furio Colombo, al atardecer del 1 de
noviembre de 1975. “Estamos todos en peligro”, fue el título
premonitorio que el mismo Pier Paolo le puso)

La ‘situazione’
Pasolini circunscribió su análisis de lo que ocurría en Italia esos
años, a tres problemas: “cuál era la situación’, y por qué se debería
pararla o destruirla. Y cómo”. (“La última entrevista” de Pasolini)
Si Pier Paolo hubiera sido chileno o latinoamericano, ¿qué habría
dicho en una ‘situación’, como la que hoy genera tantas
incertidumbres? ¿De verdad, también estamos en peligro?.
Vamos por parte. ¿Cuál es el escenario?
¿Dónde anida la complejidad del presente?: ¿en el consumismo que
consume hasta las neuronas?, ¿en la droga que circula por los
cuerpos como acelerante criminal?, ¿en el hedonismo de las masas?,
¿en las estructuras del sistema que ahogan los reclamos por más
libertad, justicia y dignidad?, ¿en la violencia justificada de modo
irreflexivo por académicos fanáticos de ‘la revolución del día
siguiente’? Ésta ‘situación’ es hoy la expresión tremenda de un
enorme vacío cultural interior, de un humanismo contra-valórico

decadente, de ideologismos perversos contaminados por ansias de
poder sin límite.
¿Cuánta culpa tienen esos ‘vetustos intelectuales de cabellos
blancos’ en el diseño de engañosas cartografías de navegación que
conducen al naufragio? Pasolini sostenía que “ellos son culpables de
haber faltado al primer deber de un intelectual, es decir, el de
ejercitar antes que nada y sin ninguna clase de concesiones un
examen crítico de los hechos”. En consecuencia, más de allá de
aquellas frecuentes orgías de diagnósticos, lo que ha faltado
realmente es auténtica voluntad de crítica. (artículo “Los
intelectuales en 1968: Maniqueísmo y ortodoxia de la revolución al
día siguiente”, Dramma, marzo de 1974)

¿Che cosa faremo: qué haremos?
¿Cómo lo haremos, entonces?, si además estamos ante el dilema de
un proyecto de Constitución elaborado para ‘partir de cero y
cambiar el sistema’ y las instituciones del Estado: ¿amortiguando ‘la
situación’ o derrotándola? Aquí comienzan las discrepancias. Las
fórmulas son distintas, siempre lo han sido.
El ‘rechazo’ significaría una victoria querida y necesaria, sin duda.
En realidad lo que ésta indicaría es una ‘mutación’ clara de la
cultura política chilena que ha comenzado a alejarse tanto del

conservadurismo tradicional de derecha como del neo-comunismo,
del falso socialismo progresista y del centrismo ambiguo.
En esta especie de Adviento ¿dónde se radicará el nuevo poder
emergente?, ¿quién lo representará? Ciertamente, no puede
continuar escondiéndose en un sobredimensionado indigenismo
rudimentario, tampoco en la arrogancia agresiva y estéril de jóvenes
o viejos.
Por eso, el rechazo debiera asumir un sentido profundo, sublime. Él
en sí constituye un grito magnífico de rebeldía de quienes repudian a
un grupo nefasto de ineptos audaces dispuestos a utilizar vilmente,
en su ambición miserable, la dignidad esencial y sagrada que
pertenece a todos en su condición de seres humanos. No es solo una
simple protesta no-violenta, temporal o pasajera. El rechazo sería
pues, una forma de liberación política y redención social, un
renacimiento del espíritu, una regeneración luminosa.