¿Cuál es el código ideal de principios que un padre o madre diligente debiera
seguir con la finalidad de educar armónicamente a su prole, inculcándole valores
éticos universales? ¿Sería correcto que él y ella no intervinieran de manera directa
en la delicada misión de forjar el futuro de una nueva generación?
No es necesario ir muy lejos para hallar casos ilustrativos de conductas y actitudes
que prescinden de normas elementales de convivencia humana en el ámbito
familiar-comunitario, las que al proyectarse a la vida política, social o empresarial
generan climas huracanados y turbulentos. Diversos conflictos actuales
comenzaron a gestarse al interior de hogares y espacios domésticos debido a la
falta de una dirección orientadora y a la carencia de timoneles dotados de
fortaleza moral.

 

La náusea en lo público:
Es en el espacio público, -ese gran anfiteatro cubierto de vitrinas y espejos en el
cual es imposible esconder la basura e impedir al mismo tiempo que se expanda
el hedor nauseabundo que revolotea cerca del despacho personal, oficina,
gabinete, actividad profesional, productiva o de servicios-, donde se percibe en su
real dimensión los efectos dañinos de una mala formación familiar.
Se atribuye al argentino Néstor Kirchner haber expresado que “para hacer política
se necesita plata”. Sin plata, no se pueden financiar prebendas, y sin prebendas
no hay lealtades ni recursos materiales para procurarse impunidad. Es el dinero
como factor de poder e instrumento de dominación. (Alfredo Sábat, “El mayor de
los riesgos: naturalizar la corrupción”, “La Nación”, 17 de junio de 2023, Buenos
Aires)

La corrupción como mal endémico
“La constante exposición a estos quebrantamientos groseros de las normas está
sembrando en las mentes de muchas personas ajenas al poder la idea de que la
corrupción es inevitable, de que forma parte de la escena política”. “Ese es el

verdadero peligro que corremos: naturalizar la corrupción como un mal endémico
con el que hay que convivir porque no tiene solución”. (Alfredo Sábat, “El mayor de
los riesgos: naturalizar la corrupción”)
“Los ciudadanos” “saben del profundo mal que representa la corrupción, pero lo
perciben lejano. Están impelidos a resolver problemas mucho más inmediatos y
angustiantes en lo personal y familiar: la falta de trabajo, la dilapidación del
esfuerzo de toda una vida, la economía personal en ostensible decadencia y una
inseguridad apabullante que podría terminar con sus vidas y las de sus seres
queridos”.

Desalmados, corruptos y corruptores
Hemos leído acerca de situaciones tremendamente nefastas para el bien común
de la sociedad, protagonizadas por personajes que no han sabido distinguir lo
malo de lo bueno o que, sabiéndolo, han preferido enredarse en operaciones poco
claras para el bienestar de la sociedad. Se trata de discípulos de una escuela
amoral que les ha graduado para que actúen como seres facinerosos,
deshonestos y corruptos con licencia para cometer tropelías.
Lava Jato es en este aspecto el mayor emblema continental de un esquema de
sobornos, -aún pendiente de sanción judicial en Perú-, que involucrara hace una
década a empresarios, funcionarios públicos, dirigentes políticos y presidentes en
una gran trenza de corrupción, extendida como mancha negra de dólares desde
Brasil hacia a varios países.
Llámense Alejandro, Rafael, Néstor, Luiz Inácio, Nicolás, Daniel o Jorge-, –
Cristina, Michelle, Dilma o Rosario-, lo que importa no son sus dichos, sino los
hechos y el desenlace de los mismos. En un mundo contemporáneo áspero, –
materialista y éticamente retorcido-, siempre habrá un hada madrina o un ángel
malvado dispuesto a cualquier truco o negociación para favorecer a un compadre
predilecto o a un hijo consentido; nada ni nadie le detendrá para sacar del camino
a quienes se interpongan en la meta del regalón preferido.
El calificativo de mero ‘consentidor’ no parece pues, que sea la palabra exacta
para referirse a ese gobernante o funcionario indecente que abusa de su rol,
función o autoridad con el objetivo perverso de obtener provecho personal y
beneficiar a sus parientes, camaradas, compañeros, socios o amigotes. Incluso los
términos de ‘protector’, ‘padrino’, ´jefe de jefes´ o ‘tío’ no sirven para expresar
cabalmente su verdadera naturaleza: la de ser un abusador, un deshonesto, ‘un
chorro’, estafador, mafioso, corrupto y corruptor. (‘chorro’: ladrón, en Argentina).