“Lo repito: Chile no se caerá a pedazos, aunque a veces nos lo parezca. Lo sé por
su gente. El amor a la vida está presente en los millones de chilenos y migrantes
que se vuelcan con lo mejor de sí y de sus tradiciones a santuarios como Lo
Vásquez, Yumbel, el Cerro San Cristóbal, Teresita de los Andes, la Tirana,
Andacollo, Santa Rosa de Pelequén y a las calles con la Virgen de Coromoto, con
el Señor de los Milagros, con la Virgen de Copacabana y con nuestra querida
Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile, así como domingo a domingo a Misa
o al culto.
Qué hermosa la cultura cristiana que anima los fundamentos de la sociedad: cada
domingo y en cada peregrinación o procesión millones de personas en las calles y
ni un vidrio roto, ni un solo acto de violencia, ni un rayado en las paredes. Sí, ese
es el ethos de Chile, ese es el fruto del Espíritu Santo que habita en nuestro
pueblo, ese es su patrimonio animado por la certeza de que Jesucristo estará con
nosotros hasta el fin de los tiempos, y que, cansados y agobiados, podemos
reposar en Él porque Él nos dará alivio.
Nos comprometemos públicamente a cumplir nuestra tarea de anunciar el
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, de promover incansablemente la paz y de
ayudar al débil y al necesitado. Las Iglesias al contemplar a su maestro Jesús, el
mismo ayer, hoy y siempre, aspiran a que su horizonte sea el pobre, el humillado,
el que no tiene voz, el que está cansado y agobiado. Sabemos que en Él
encontraremos reposo. Siempre, cuando el bien de las personas se vea
amenazado, alzaremos la voz por todos aquellos que no tienen voz. Desde los
niños no deseados en el vientre de sus madres hasta los ancianos descartados
que dan su último respiro.
Hoy hablan por nosotros las obras sociales que acogen, amparan, cuidan y
promueven al desvalido, al pobre, al abandonado. Hablan por nosotros los
ancianos postrados que cuidamos con amor y que, incluso en medio de las
dificultades, aman intensamente la vida y esperan serenos y confiados como dicen
ellos “Que Diosito me lleve”. Hablan por nosotros las instituciones que cuidan a las
embarazadas con dificultades, y que con apoyo espiritual, sicológico, médico,
social y económico sacan adelante sus embarazos y abrazan a su hijo con la
sonrisa que sólo una madre es capaz. Hablan por nosotros los más pobres de los
pobres, los migrantes que encuentran en nosotros apoyo, seguridad y un defensor
seguro frente a los vientos de xenofobia que se perciben.
Todos ellos seguirán hablando porque les prestaremos nuestras manos y nuestra
voz hasta que la civilización del amor sea nuestra patria, y la solidaridad la norma;
donde podamos salir a la calle sin temor y donde el otro sea nuestro amigo y
hermano y no alguien del que tengamos que defendernos. Nunca nos olvidemos
que más allá de nuestras legítimas diferencias, somos hermanos porque tenemos
un mismo Padre, un Padre Nuestro, al que millones de chilenos le reza a diario.
Encomendemos al Señor y a la intercesión de Nuestra Señora del Carmen para
que nos regale el don de la unidad y podamos gritar todos juntos a una sola voz
¡Viva Chile!”