Carlos Peña, Rector Universidad Diego Portales, ha señalado a un medio
informativo que “lo más relevante de la transformación económica de Chile – la
podemos llamar la revolución capitalista – no fue económica. Fue cultural”.

Luego, el rector de la UDP aclara el sentido de lo anterior señalado: “Y es que
cuando cambia la forma de reproducir la vida material, el trabajo y el consumo,
tarde o temprano se producen cambios en la forma de concebirse las personas a
sí mismas y en su relación con los demás. ¿Cuáles son los cambios que la
sociedad chilena experimentó y que pueden asociarse, para bien o para mal, a
esa transformación? Desde luego, y para comenzar por lo más obvio, se
incrementó el bienestar medido como el acceso a bienes simbólicos y materiales.
Según Carlos Peña “el consumo se expandió”. Y agrega: “Conviene detenerse en
la relevancia que esto posee. Los bienes son portadores de significados, son
marcadores de estatus, son signos de pertenencia y también de exclusión. De ahí
que la experiencia del consumo sea también una vivencia de autonomía, de
elección del lugar y de la imagen que se prefiere en la vida social. Esta dimensión
simbólica y fantasiosa del consumo (que el mercado estimula) es muy relevante
desde el punto de vista cultural. No es lo mismo ir a la feria del barrio que al mall;
comprar algo cualquiera que algo de marca; abrigarse que editar la propia imagen
mediante algo de moda, etcétera”.
El interesante análisis de Carlos Peña establece que: “El consumo es una
experiencia que las mayorías históricamente excluidas viven como autonomía,
como una vivencia liberadora. Tal vez esta sea una de las dimensiones más
relevantes, aunque menos estudiadas, de los cambios que Chile experimentó. El
anterior fenómeno está acompañado de un proceso creciente de individuación.
Esto significa que la propia identidad deja de ser algo recibido, un dato de la
existencia, y se convierte en cambio en una tarea, en un asunto de elección. Si
hasta los setenta en la sociedad chilena la pertenencia a un colectivo (clase,
barrio, iglesia) define parte de la propia identidad, ello se debilita muy rápidamente
y las personas empiezan a percibirse como sujetos que se eligen a sí mismos”.
Finaliza el rector su análisis señalando “El aspecto más notorio de este proceso es
el debilitamiento de la conciencia de clase. La lucha de clases, podría decirse
exagerando un tanto, es hoy desplazada por la competencia por el estatus
fundado en el consumo. Vinculado a lo anterior se encuentra el anhelo de igualdad
de oportunidades y el ideal meritocrático. Al revés de lo que pudiera pensarse, ese
deseo de igualdad no es fruto de una solidaridad sustantiva, sino de la convicción
de que cada uno debe recibir tanto como esfuerzos haga para obtenerlo”.
“El mercado capitalista (porque de eso a fin de cuentas se trata) se alimenta de
esa fantasía meritocrática que ha permeado muy intensamente la sociedad
chilena. Es probable además que la debilidad de las élites de todo tipo que se
constata en las últimas décadas en Chile —o en otra de sus dimensiones, la
resistencia a la autoridad— tenga que ver con todos esos procesos. Se puede
conjeturar que una vez que las personas han experimentado su peripecia vital
como el fruto de su esfuerzo o como el resultado de su autonomía, se vuelvan
menos proclives a inclinarse frente a la autoridad”.
Hoy día las grandes mayorías, cuando recorren con la memoria su propia vida,
encuentran en ella, gracias a la expansión del consumo que siempre les fue
negado, una trayectoria ascendente cuando se comparan con sus padres o con
sus propios días pasados. Y ello las hace confiar más en sí mismas que en los
otros que reclaman, con base en la tradición o en el saber, autoridad para guiarlos.
Y, en fin, y quizá este es uno de los rasgos más propios de la transformación
cultural que la literatura anticipa, la modernización capitalista ha originado una
clase instruida que es anticapitalista. Las nuevas generaciones hoy en el poder
vinculan su identidad con su estatus educativo y entonces rechazan las posiciones
sociales fundadas en el “puro éxito económico” o el dinero. Las nuevas
generaciones que han accedido a las credenciales educativas pretenden que ellas
los pongan al margen del esfuerzo competitivo y se vuelven anticapitalistas. Hay
aquí, en esta vuelta al estatus fundado en las credenciales educativas, la
explicación de por qué las nuevas generaciones aspiran a un alto nivel de
consumo y a la vez rechazan los rigores del mercado. Suele creerse que la
economía se relaciona con la satisfacción de necesidades; pero eso no es del todo
cierto. Como ya sabía Marx, los cambios en la vida económica también dan lugar
a nuevas necesidades y a formas inéditas de concebir la vida personal y social. Es
lo que él dijo cuando observó que el capitalismo hacía que todo lo sólido se
desvaneciera en el aire. Eso es exactamente lo que ha ocurrido en Chile”.