Estimado Camilo Escalona:
Acabo de leer su tuit sobre las elecciones del domingo pasado. En él, usted
dice: “hace 40 años el pueblo chileno mediante las protestas nacionales supo
levantarse unido contra la dictadura, hoy debe nuevamente unirse para
frenar la regresión ultraconservadora”.

Tengo mucho respeto por su trayectoria política y siempre pensé que usted era
uno de los políticos de izquierda más lúcidos, un animal político en el mejor
sentido de la palabra. Pero desde hace un tiempo me ha costado reconocer a ese
animal político del más importante partido político de la izquierda, el Partido
Socialista de Chile. Y también me ha costado reconocer y entender el actuar del
Partido Socialista en los últimos tiempos. Pero no me extraña tanto, en verdad.
El estallido produjo regresiones en muchos líderes de una izquierda que
contribuyó a la transición desde la dictadura a la democracia. Muchos se volvieron
eufóricos y se sumaron al carro de los que anunciaron que venía una refundación
del país, que el neoliberalismo había muerto. Dieron la espalda a su propia
historia, la mejor historia de la izquierda (la de los años de la Concertación)
renegaron olímpicamente de esa historia y se entusiasmaron con
un octubrismo del cual sólo quedan cenizas y muy pocas brasas.

A pesar de que ese octubrismo quemó todo lo que tenía a su paso: iglesias,
bibliotecas. Sí, el octubrismo incendió el país, pero no lo prendió, la prueba es que
ese pueblo del que usted habla en su tuit le ha propinado a esa izquierda
condescendiente y cómplice del anarconihilismo callejero, dos derrotas electorales
colosales, probablemente las más grandes en décadas de la izquierda chilena.
¿A usted también le pasó lo mismo? ¿También se dejó llevar por la embriaguez
revolucionaria y la nostalgia de la utopía perdida? Lo entiendo. No hay izquierda
sin utopía y esta se había difuminado hasta el punto de desaparecer en años
grises, de progreso económico, de clases medias emergentes (otro pueblo, no el
de los 70) y consumistas. Y es doloroso para quien ha tenido fe, empezar a
perderla.

Puede resultar insoportable y ello explica por qué muchos se aferraron a esa
nueva posibilidad revolucionaria que estalló en octubre. Pero eso quedó atrás. El
pueblo no quiere más octubrismo (al contrario, lo deplora), no quiere luces de
bengala, ni marchas, ni discursos encendidos, el pueblo necesita
desesperadamente seguridad, para salir a las calles, para trabajar, para vivir en
paz.

Esa es la simple explicación, casi prosaica, me dirá usted, de por qué este
domingo, ese mismo pueblo al que usted convoca a manifestarse otra vez, votó
derecha el domingo pasado. Y se irá cada vez más a la derecha si la izquierda
no deja atrás sus complejos con el orden.

Sin apoyo del pueblo, no hay revolución posible, salvo que se quiera imponer esa
revolución a la fuerza. Por otro lado, pienso-y en eso discrepo de usted- que no
fueron las protestas nacionales las que derrotaron a la dictadura: esa era la
fantasía del Partido Comunista de entonces; no fue la calle la que nos devolvió la
democracia, fueron las urnas, en el plebiscito de 1989.

Y un puñado de líderes sensatos, que usted conoció muy bien, Aylwin, Lagos,
entre otros, que le dieron al país una salida pacífica y posible, evitando
probablemente un baño de sangre y más sufrimiento del ya suficiente que su
generación y el pueblo de Chile vivieron en carne propia en dictadura.

Es cierto, no fue la salida más épica ni romántica. Fue realismo puro. El “en la
medida de lo posible” se impuso al “avanzar sin transar” tan entrañable pero
tan falaz y tan fatal. Es absurdo, que usted convoque al pueblo a las calles para
frenar la regresión conservadora”. Primero, porque fue ese mismo pueblo que
usted tan fervorosamente convoca el que votó por los ultraconservadores.

Vea el desglose de los resultados electorales para darse cuenta de que la derecha
caló en el electorado popular como nunca. Y no porque sean “fachos pobres”
como han dicho algunos iluminados paternalistas, sino porque anhelan una
seguridad que la izquierda no ha sabido ofrecerles.

Una izquierda que se desconectó del pueblo real, una izquierda que no sabe
hacerse una autocrítica honesta y profunda de esta segunda y colosal derrota
electoral, una izquierda, entonces, otra vez inviable que le ofrece a su electorado
mucha retórica y consignas, pero poca política responsable.

Lo conservador no es ofrecer seguridad, lo conservador es seguir enarbolando
banderas ya desteñidas y gastadas; lo revolucionario hoy es garantizarle paz al
pueblo de Chile cansado de experimentos delirantes, el pueblo quiere y merece
paz. Una política de calidad y una izquierda responsable, serena y prudente. Su
tuit claramente, don Camilo, no contribuye a ello.

A pesar de mis discrepancias con este gesto suyo inesperado, le reitero mis
respetos: usted es parte de una historia dura y sufrida y contribuyó desde la

izquierda a superarla con racionalidad y con los pies bien puestos en la tierra. No
en la calle.

Un saludo fraterno en la diferencia.