Por Dr. Ricardo Benjamín Maccioni
Director del Centro Internacional de Biomedicina
& Dr. Raul Prieto Médico cirujano, Anestesiólogo

La biología, y por ende la investigación médica, descansan esencialmente
en esquemas mecanicistas que se reducen a estudiar tejidos, órganos y
finas interacciones de macromoléculas (DNA, proteínas, polímeros
orgánicos) y de compuestos bioactivos, pero abandonan la idea de
referirse a los fenómenos cuánticos. Ya en 1960 el notable medico
húngaro Albert Szent-Georgyi planteó en su libro “Introducción a la biología
submolecular” las interacciones electrónicas entre moléculas en una
célula, las oxidaciones biológicas, los ciclos de energía y problemas de
transferencia de carga de fundamental relevancia para comprender la
acción de los diferentes fármacos en el organismo.

Esto nos llevaría a profundizar en la compleja red de interacciones mente-
cuerpo, que no es objetivo de esta columna. Un ejemplo de la visión
reduccionista es el tratar de entender fenómenos de la mente humana
buscando zonas topográficas en el cerebro donde residiría la conciencia, o
intentar definir zonas donde se almacena la memoria, por ejemplo. Existe
cada vez mas evidencia de la actividad cuántica en la explicación de estos
fenómenos. También, cómo los campos electromagnéticos operan
internamente, así como el flujo de quanta y qbits de energía, o
simplemente los cambios en el acoplamiento de fenómenos de
transferencia energética acoplada a la actividad de flujos de energía
electromagnética, en el espacio de la actividad cerebral.
En este contexto, si queremos dar un salto en la comprensión de los
procesos mentales es necesario ir mas allá de la visión reduccionista que
condujo la ciencia en el siglo XX. Es imposible llegar a tener una mejor
medicina si no llegamos a comprender a cabalidad, no sólo los fenómenos
en la perspectiva de la moderna biología molecular sino también como
operan las transiciones cuánticas en el organismo. Este es un imperativo
actual para llegar a entender la conciencia como un ejemplo, en que
muchos biólogos han tratado de localizarla en determinadas estructuras
cerebrales. Más allá de esto existen limitaciones severas para llegar a
entender la conexión cerebro-mente y corazón en el eje que vincula la vida
afectiva con los fenómenos netamente cognitivos y la actividad racional del
cerebro humano.
Son interesantes los trabajos del médico anestesiólogo Stuart Hameroff y
el célebre físico matemático Roger Penrose sobre la idea de la reducción
objetiva y orquestada en el intento de explicar el papel crítico de los quanta
en los flujos cerebrales de energía, dentro de la dinámica vibratoria de las
neuronas. Según estos autores los dominios internos del citoplasma
neuronal involucran estructuras del tipo de los microtúbulos, en donde se
almacenaría información cuántica, lo que parecería definir los niveles de
consciencia. Así, la reducción objetiva seria modulada por eventos que
ocurren en la geometría espacial, lo que permitiría explicar los orígenes de
la consciencia.
Información cuántica que estaría presente sólo como probabilidad, como
un preludio vibratorio en el nivel aun energético, esperando su expresión
material, concreta que lo hará ya definitivo, en el espacio tiempo e
irreductible a su estado previo que era indeterminado. Este compartiría la
probabilidad de expresión de formas materiales diversas que podrían
expresarse en moléculas capaces de concretar contactos en estructuras
intercelulares para determinar estados diversos ya sea de ánimo, de
pensamiento o movimiento en estructuras al interior de la célula.
Por último, en estas líneas cabe destacar los trabajos del connotado
médico Deepack Chopra que destacan el aporte de la teoría cuántica en la
comprensión de muchos procesos biológicos, con un hincapié en lo que se
refiere a la actividad mental, de trascendencia en una psiquiatría moderna.
Así, mas allá de macromoléculas y factores reguladores, entramos a una
etapa en que los vínculos entre materia y energía y el rol de los quanta
cobra un enorme vigor.