Antes de la estrategia contrasubversiva y de las reformas económicas desarrolladas por el gobierno de Alberto Fujimori en diversas instancias internacionales –incluido el Departamento de Estado de los Estados Unidos– se especulaba con la posibilidad de una fragmentación territorial del Perú ante la eventualidad del triunfo o el avance de Sendero Luminoso, el movimiento colectivista terrorista que, en ese entonces, controlaba una tercera parte del territorio nacional y al cual se calificaba como uno de los más letales del planeta.

El Estado peruano era uno absolutamente fallido, que había perdido el control de la moneda por la hiperinflación desatada y el monopolio de las armas y la violencia por el avance y control terrorista de más de un tercio del país.
Las especulaciones sobre la fragmentación del país no eran descabelladas. El sistema político peruano estaba balcanizado con gobiernos cívicos militares en diversas regiones, virtuales zonas liberadas por el terrorismo colectivista en más de un tercio del territorio y asesinatos selectivos y bombardeos –con cochebombas– en las ciudades y en la capital. La posible fragmentación del país, de una u otra manera, escindiría el norte del Perú hacia Ecuador y Colombia, el sur hacia Chile y el centro y los Andes quedaría en disputa con el terrorismo senderista.
Ese escenario apocalíptico para el Perú y la peruanidad no se produjo porque Alberto Fujimori en el poder demostró condiciones de un verdadero estadista; es decir, del hombre que asume las decisiones que los políticos corrientes suelen eludir, tal como lo ha señalado Francisco Tudela. En el gobierno de Fujimori se promovió la alianza entre el campesinado y las fuerzas armadas y se formaron los comités de autodefensa (Decas), que fueron equipados con armas rudimentarias para recuperar el campo del control del Ejército Guerrillero Popular de Sendero Luminoso. Fue una decisión que en ningún gobierno anterior se tomó.
Más allá de algunas violaciones de Derechos Humanos, cometidos por unidades militares, el resultado fue devastador para el terrorismo. Miles de campesinos se alzaron como un huracán, demoliendo el control senderista en el área rural. Ante la derrota en el campo, el mando de Sendero focalizó su accionar en las ciudades con asesinatos selectivos y bombardeos, pero el gobierno promulgó la ley sobre el arrepentimiento para senderistas sin responsabilidades de sangre y las delaciones comenzaron de aquí para allá. Una policía eficiente y selecta, finalmente, capturó a casi todo el mando de Sendero sin disparar una sola bala. El Estado había recuperado el monopolio de las armas y la violencia.,
Asimismo, las reformas económicas que desarrollaron Fujimori y los ex ministros Carlos Boloña y Juan Carlos Hurtado Miller, entre otros, permitieron cerrar el brutal déficit fiscal que generaba hiperinflación y empobrecimiento de más del 60% de los peruanos, mediante uno de los ajustes más severos de la región. Con el curso de los acontecimientos el desarrollo de las privatizaciones, la desregulación de precios y mercados, la liberalización del comercio exterior y la definición del papel subsidiario del Estado frente a la inversión privada, el Estado peruano volvió a ejercer control sobre la moneda nacional y la economía.
El Estado peruano dejó de ser un Estado fallido, una imagen de ruinas y escombros y se convirtió en un Estado que recuperó la soberanía nacional.
La pacificación y las reformas económicas, entonces, desarrolladas por el gobierno de Alberto Fujimori salvaron al Perú de la desintegración territorial y nacional. Sobre la base de esas transformaciones, al margen de las debilidades institucionales actuales, el PBI se cuadruplicó, la pobreza se redujo del 60% de la población a 20% antes de la pandemia (luego del gobierno de Pedro Castillo la pobreza se acerca al 30%) y el país se convirtió en una sociedad de ingreso medio.
El legado de Fujimori, entonces, tiene que ser valorado por las consecuencias para el futuro de la sociedad y las nuevas generaciones. Y la única conclusión posible al respecto es que todo lo viable que hoy existe en el Perú solo se explica por las grandes transformaciones de la administración de Fujimori, más allá del golpe del 5 de abril, del autoritarismo y del intento de reelegirse ignorando los mandatos constitucionales previos.
Ha muerto Fujimori, el gran estadista y reformador del siglo pasado.