Por Jaime Abedrapo
Somos testigos de la decadencia de Occidente y con ella el ostracismo de los estoicos. Seguramente algunos siguen entre nosotros en espacios aislados y marginados de lo que fuera su principal contribución, los fundamentos de la República, que los encontramos en su común interés por llevar una “vida buena”, es decir: virtuosa, entendiendo por ello una acción o acto humano en coherencia con la razón.
La pérdida del legado cultural es evidente en el actuar de la “elite” por estos días, la razón ha sido reemplazada por las pulsiones que provocan las emociones, mientras que la reflexión está relegada por sospechosa y obsoleta en tiempos de verdades subjetivas ancladas en la conciencia de cada individuo, por tanto, la buena vida hoy no es en sociedad (comunidad) sino que personal.
La crisis de la democracia se refleja (o mide) en la menor legitimidad que le brinda la ciudadanía. Al respecto, el malestar que se expresa en un cambio de Época y que se intenta comprender desde la cosmovisión que llevaría consigo la Posmodernidad y sus implicancias está de telón de fondo en la marginación o expulsión de la “plaza pública” a los estoicos. Estos hacen compañía a los cristianos quienes también han sido expulsados del legado cultural en Occidente. Actualmente la corriente principal de pensamiento “progresistas” se empeña en argumentar una visión de futuro desanclada de lo que ha sido su pasado.
Así nos acercamos a la comprensión del vacío espiritual de Occidente. Las democracias apuestan por ideas de “progreso” aferradas al devenir de las tecnologías en el campo de la robótica, IA, Big data, entre otras expresiones de un futuro que no atiende a las necesidades del alma y del sentido de vida, lo cual requiere de una autoconciencia que brinde paz interior y trascendencia. Las manifestaciones de ello son muchas, desde templos vacíos reemplazados por centro comerciales, hasta un malestar persistente en un régimen político que no logra satisfacer expectativas materiales, aspiraciones y/o demandas sociales que se reivindican con ansiedad para hoy.
Otras expresiones son igualmente agresivas y atentan al corazón de la razón política. En efecto, el propósito manifiesto de erradicar cualquier vestigio de los estoicos lo observamos en las acciones que desarrollan influyentes transnacionales (corporaciones), cuya acción persigue básicamente el enriquecimiento corporativo, individual o privado, quitando toda verosimilitud a la existencia de la República, la que nació para priorizar la cosa pública o el bien común (en la perspectiva cristiana).
Hoy los célebres estoicos: Séneca, Epicteto, Marco Aurelio, entre otros, son figuras que encontramos dentro de las piezas de museo en las que Occidente se ha decido transformar. El pasado es despreciado por la actual “elite”, quedándonos huérfanos del aporte de un pensamiento que brindó sentido a las vidas de sus ciudadanos, en especial en el ámbito del testimonio entre el pensamiento y acción con propósito de contribución a la “buena vida humana de la multitud”.
El exilio de los Estoicos y el desprecio cada vez más amplio por el cristianismo como legado en Occidente, son causa y efecto de la irrelevancia de las democracias que actúan con doble rasero en la moral, es decir, abandonan la ética y el bien común y solo instrumentalizan estos conceptos para cautelar sus intereses particulares y geopolíticos (económicos – financieros). Sus expresiones más excelsas son la manera como han actuado frente a las hostilidades en curso en Europa y en Palestina, donde no se apela a la razón y con ello no se permite el justo juicio de valor, sino que sus posiciones se explican en clave de intereses geopolíticos y la visión existencialista de la realidad. La banalidad del ser en su máxima expresión es la que permite comprender la propaganda que relativiza o “desdramatiza” los asesinatos a civiles palestinos por parte de Occidente.
Desde otra perspectiva, el capitalismo en su versión de economía social de mercado consiguió una coherencia en el pensamiento y acción con los estoicos y cristianos, pero desde inicios de la presente centuria se ha impuesto la interpretación de que este sistema económico no debe contenerse o regularse por asuntos morales, y por tanto se ha naturalizado la irreflexiva necesidad de acumular capital y patrimonio como una manera “natural” de relacionarnos, llevando a la república a problemáticas sin solución como la migración descontrolada, cambio climático, la concentración del capital, y en especial, el vaciamiento del sentido de vida en comunidad y con ello el incumplimiento del Estado de Derecho por parte de países “supuestamente herederos de la cultura occidental” de normas que cautelan (cautelaban) la dignidad humana.
En consecuencia, el destierro de los estoicos y, en general, el desconocimiento de la herencia cultural tiene una directa repercusión con los fenómenos del narcotráfico, crimen organizado, alza de homicidios, eclosión de corrupción en países occidentales, hostilidad entre las naciones, y otros flagelos ante los cuales la república y el legado de los estoicos sucumben debido a la confusión reinante respecto a qué es una “buena vida” o una vida virtuosa.