Buenas tardes a todos. Quiero agradecer al presidente de GasAndes, al gerente
general y al resto de sus autoridades por la organización de este evento. Y quiero
saludar también a los representantes del gobierno chileno que se encuentran aquí
con nosotros y agradecerles por su hospitalidad para conmigo y para con los
integrantes de nuestro equipo económico, que hoy nos acompañan.

Comenzaré por recordar que en pocos meses celebramos los 40 años del Tratado
de Paz y Amistad firmado entre Argentina y Chile en 1984, tratado que terminó de
una vez y para siempre las disputas territoriales que arrastrábamos entre nuestras
dos naciones. Si bien la relación entre Argentina y Chile no siempre fue perfecta,
tiene un mérito que no puede ser menospreciado: compartiendo una frontera de
5000 km, que es una de las más extensas del mundo, siempre hemos podido
preservar la paz y dirimir nuestras diferencias a través de la diplomacia. No hay
muchos países en condiciones semejantes que puedan decir lo mismo, y tenemos
que estar orgullosos de ello.
Hoy, a 40 años de haber sancionado la paz, nos encontramos nuevamente como
pueblos hermanos, no ya separados por el pasado, sino unidos con la esperanza
de una mayor integración económica de cara al futuro. El 7 de agosto de 1997, los
presidentes Carlos Saúl Menem y Eduardo Frei Ruiz-Tagle inauguraron el
gasoducto binacional GasAndes en dos ceremonias: una ceremonia en Mendoza y
otra aquí en Santiago. 27 años después, nos encontramos celebrando que hemos
alcanzado los 28.000 millones de metros cúbicos de gas trasladado por el
gasoducto. Pero algo que debería ser un hito feliz tiene, lamentablemente, un
sabor amargo, porque a causa de políticas irresponsables de otros gobiernos
argentinos – llámese el kirchnerismo – el flujo de este gasoducto ha decaído
durante las últimas dos décadas por su bajo rendimiento.
Sucede que Menem y Frei establecieron una alianza de abastecimiento energético
entre nuestras naciones, y empresas chilenas y argentinas firmaron contratos y
entablaron largos compromisos conforme a esa alianza. Pero, como ustedes bien
saben, cuando el gas empezó a escasear en Argentina por malas políticas
energéticas, el kirchnerismo decidió que la salida más fácil era incumplir los
contratos con Chile y dejar de exportar el gas prometido. Nosotros no vamos a
hacer de cuenta que esa historia no existió; sabemos que para ustedes estas
decisiones significaron el costo enorme, económico y humano de industrias y
hogares sin acceso a energía, y que los dejamos sin alternativa más que construir
plantas de regasificación en tiempo récord para procesar GNL importado.
Por eso quiero decirles que quien les habla hoy aquí es Javier Milei, no Néstor
Kirchner, y que nuestra administración tiene una vocación irrenunciable por
abrazar el capitalismo de libre mercado y las ideas de la libertad. Esta vocación no
es solo cuestión de buenas intenciones, sino que está siendo plasmada en la
reforma promercado más ambiciosa de la historia reciente de Argentina, dentro de
la cual se destaca la promulgación del régimen de incentivos para grandes
inversiones; que ya está dando innegables frutos al poco tiempo de su sanción, en
particular para el sector energético. Nuestra vocación está también signada por el
compromiso de honrar los contratos celebrados, todos, los que nos gustan y los
que no; inclusive los contratos dañinos o imprudentes firmados por las pésimas
administraciones que nos precedieron. No dejan de ser contratos al fin, y el orden
capitalista depende necesariamente de la confianza entre las partes de que los
contratos que se celebran serán honrados. La irresponsabilidad de quienes
decidieron incumplir con los acuerdos forjados nos costó nuestra reputación como
país; de hecho, nos ha costado un siglo entero de fracasos. Digamos nosotros:
eso lo llamamos el siglo de la humillación argentina.
El caso GasAndes es un ejemplo de tantos y hoy todos los argentinos sufren las
consecuencias de esas decisiones. No es casualidad que seamos uno de los
países de la región que menos inversión extranjera directa recibió en la última
década. Ahora tenemos el desafío de reconstruir la reputación política, jurídica,
productiva y comercial de un país que ha sido castigado por políticos
inescrupulosos y brutos durante demasiado tiempo. Por eso, estamos redoblando
esfuerzos para ganarnos la confianza del mundo una vez más; y estoy seguro de
que nuestra obsesión por sacarle la bota del cuello al sector privado, por promover
la inversión, por honrar los contratos celebrados y por desatar el potencial
argentino nos devolverá la credibilidad que tanto necesitamos y con ella la ansiada
prosperidad.
Hoy estoy aquí también para traerles la buena nueva. Vengo de recorrer Vaca
Muerta, de haber visto con mis propios ojos la nueva panacea Argentina y de
haber compartido largas conversaciones con los principales CEOs de las
compañías petroleras. El desarrollo de Vaca Muerta es un ejemplo de la potencia
de la iniciativa privada en Argentina. Este ecosistema de empresas nacionales y
multinacionales ha logrado revertir nuestro histórico déficit energético: de casi
7.000 millones de dólares hace 10 años a un superávit de 4.000 millones de
dólares a partir de este año, y vamos por muchísimo más. Es, de hecho, el mejor
resultado de nuestra balanza energética de los últimos 22 años.
Pero no solo ya estamos revirtiendo décadas de deterioro, sino que tenemos una
potencialidad enorme con las exportaciones de petróleo, que son una realidad,
pero también con mayores exportaciones de gas a nuestros países hermanos y de
GNL al resto del mundo en pocos años. O sea, hablamos de una fuente de
recursos extraordinaria que, como mínimo, puede abastecer la demanda argentina
por los próximos 150 años. Por eso, Vaca Muerta es un antes y un después para
nuestro país: nunca volverá a haber faltante de gas en la Argentina, alcanzará en
demasía para nuestro país y también para exportar. Nunca volverá a haber déficit
energético en la Argentina, al menos nunca mientras no nos desviemos del
camino de la libertad.
Hace pocos días, YPF y Petronas anunciaron el desarrollo de la planta de gas
natural licuado que realizarán en Río Negro. Es, ni más ni menos, que la inversión
más grande de la historia del país y nos colocará a la vanguardia del mercado
global de exportación marítima de gas natural. También es una realidad el
oleoducto Vaca Muerta Sur, que cuando sea finalizado permitirá la exportación de
280 millones de barriles por año. Además, acabamos de autorizar la posibilidad de
exportar 7 millones de metros cúbicos de gas durante todo el año y 2 millones
adicionales fuera del invierno, volúmenes que con el desarrollo de Vaca Muerta
seguirán creciendo. Y gracias a la aprobación de la Ley Bases, que es una de las
reformas legislativas más abarcativas de los últimos 40 años, conseguimos
modificar las antiguas leyes de hidrocarburos y gas para que, entre otras cosas,
exportar se vuelva más fácil y más rápido. De esta forma, en poco tiempo
podremos utilizar toda la capacidad de los gasoductos que compartimos con Chile.
Vamos de a poco. Haciendo los deberes, paso a paso. Sabemos que recuperar la
confianza del mundo no se logra de la noche a la mañana, pero tenemos la
certeza de que tenemos con qué y de que, si avanzamos a paso firme, llegaremos
a destino. Para nosotros, Chile ha sido un gran ejemplo de lo que hay que hacer
para sostener el desarrollo económico en el tiempo, tanto por su sana relación
entre lo público y lo privado como por su política económica innegociable, la cual
ha perdurado a pesar de los cambios de signo político, manteniendo así los
principios de vida, libertad y propiedad privada establecidos hace décadas. Estos
valores le permiten a Chile despegar, abandonar el atraso y caminar hacia un
modelo de prosperidad.
Nosotros también hemos, finalmente, cambiado y también creemos en esos
valores, y estamos trabajando para empezar a recorrer el camino de la
prosperidad. Por eso queremos llevar al resto de los sectores primarios de la
economía este modelo que tanta bonanza está trayendo para el desarrollo
energético en la Argentina, para aprovechar de una vez los dones que Dios nos
regaló. Soñamos con el día en que podamos exportar
50.000 millones de dólares al año en cobre, como hacen ustedes, porque con la
segunda reserva de shale oil más grande del mundo, junto con una de las
reservas de litio más grandes del mundo, y con cobre, con petróleo y gas
convencional, y con el campo que produce alimentos para 500 millones de
personas, y con energía hídrica, eólica y solar, sabemos que, siguiendo las ideas
de la libertad, podemos ser una potencia exportadora no solo en materia
energética, sino en todos los sectores primarios de la economía.
Por eso queremos hacer de esta vocación un pilar de nuestro gobierno, un
elemento de identidad: la vocación de producir lo más que podamos, de
aprovechar los dones que Dios nos dio lo más que podamos, y exportar a la región
y al mundo lo más que sea posible, honrando el legado, no solo de los padres
fundadores de nuestra patria y de la generación del 80, que hizo de nuestro país el
más rico del mundo, sino también del presidente Menem, que hace 27 años
inauguraba este gasoducto.
Porque la Argentina tiene todo lo que necesita para competir de igual a igual con
los mejores países del mundo, podemos hacerlo y vamos a hacerlo, y estoy
seguro de que todo aquel que nos acompañe como socio en este camino va a
disfrutar con nosotros la prosperidad que nuestra tierra merece. No tengo ninguna
duda de que, si trabajamos juntos, vamos a lograrlo, y nos convertiremos en un
ejemplo de cooperación y crecimiento para el resto del mundo. Muchísimas
gracias, que Dios bendiga a los argentinos y a nuestros hermanos chilenos y que
las Fuerzas del Cielo nos acompañen. ¡Viva la Libertad, carajo!