Por Jorge Varela M.
Analista político
Aquellos jóvenes de élite, ansiosos e inexpertos, que accedieron al Gobierno
nacional hace tres años y medio, ya están recogiendo sus documentos y
dispositivos electrónicos para desocupar los gabinetes y oficinas que, salvo
contadas excepciones, nunca supieron habitar en plenitud. Algunos se irán al
exterior – según ellos a perfeccionarse – otros intentarán soportar el duro rigor
popular que se han ganado con creces. No es exagerado afirmar que hemos sido
víctimas de una administración nefasta, plagada de improvisaciones, vicios y
corruptelas. Lo que al comienzo parecía un proyecto ideológico y moral sin tachas,
pintado de color esperanza, se convirtió en experiencia fallida antes de que
expirara el primer año de nula gestión. La promesa de aires limpios devino
rápidamente en una hipoxia cerebral que ha afectado a todo el cuerpo político.
El movimiento de la disrupción y el entierro
Este grupo de estudiantes con privilegios, junto a algunos académicos supra-
estridentes, -bajo el padrinazgo protector de determinados dirigentes políticos-, se
organizó para denunciar las falencias de la educación e inició un planificado
proceso de movilizaciones que dio origen a un movimiento social-político de
carácter y contenido disruptor, cuya agenda planteaba enterrar al neoliberalismo
económico y erradicar todos los vestigios reformistas de la Concertación de
Partidos por la Democracia y de los dos gobiernos de Sebastián Piñera (1990-
2022). Así se gestó el acceso al poder del Frente Amplio más el Partido
Comunista y sectores del concertacionismo decadente que devino en la
presidencia de Gabriel Boric (periodo 2022-2026). El gobierno de izquierda
radicalizada partió cuando aún humeaban las cenizas de la revuelta social que
sirvió de plataforma callejera a los neo marxistas de escritorio y celular en mano.
Luego vino el fracaso del primer proyecto de Constitución, ese mamarracho tan
acariciado por los jefes del delirio ya instalado en La Moneda y sus huestes bobas.
El fracaso llegó rápidamente a Palacio
De esta manera el contenido del ofertón trucho voceado bajo vientos enfurecidos,
se esfumó en la nada. Mientras el cobertizo caía, la ciudadanía demandante
esperó de los mercachifles de ilusiones una respuesta ‘responsable’, expresión
que nunca existió en el dialecto de quienes todavía aspiran a graduarse de
activistas. El fracaso llegó demasiado rápidamente a los pasillos de La Moneda y
no ha podido escabullirse de allí; permanece incrustado en los muros de varios
ministerios y servicios públicos. Con razón un aspirante a la presidencia de la
República ha dicho que es necesario un gobierno de emergencia nacional.
Una inocencia inexistente
Tanto descalabro en el manejo político y administrativo del país ha sido materia de
estudio y análisis por parte de cientistas políticos y articulistas. Daniel Mansuy, un
académico importante, ha calificado de “inocentes” a los miembros de este lote de
intrépidos oportunistas obsesivos que lograron arribar al poder sin antecedentes
meritocráticos. El título de su libro “Los inocentes al poder. Crónica de una
generación”, hace eco de una eximente repetida en numerosos párrafos del texto,
la que no sirve de fundamento exculpante para cubrir cataratas de inepcias y
torrentes de errores.
¿Qué entiende usted por “inocente”? ¿Está de acuerdo en que el inocente es
aquel ser que está limpio y libre de sospechas? ¿Ese que carece de oscuridad?
¿Ese ser que es impoluto? Mansuy señala que “la inocencia no acepta
transacciones con la oscuridad del mundo”. Es más, cita la definición del filósofo
Pascal Bruckner: “la inocencia es una enfermedad del individualismo que consiste
en querer escapar de las consecuencias de los actos (“La tentación de la
inocencia”).
¿Cuántas veces usted ha sido testigo de explicaciones insensatas, de mentiras
burdas, de acciones perversas? Entonces no debiéramos imaginar que se trata de
inocentes, sino de personajes que aún no se han percatado que sus conductas
son de carácter narcisista. No estamos ante un movimiento constituido por
inocentes adorables o en presencia de una bandada excelsa de ángeles. Por eso,
si el objetivo como generación autoiluminada era llegar para quedarse, según
planteara el ministro frenteamplista Francisco Figueroa en su libro “Llegamos para
quedarnos. Crónicas de la revuelta estudiantil”, hoy después del desastre sus
integrantes deberían pensar en escabullirse y borrar las cicatrices de tanta
incompetencia.
La cumbre exige sacrificios
La historia de los pueblos y sociedades no es plana, no es suave, ni soporta
recesos. El trayecto para llegar a las alturas del futuro pasa por honduras, por
quebradas, por desiertos. La cima es más gloriosa si la ves desde la sima, desde
lo profundo de la tierra. Hacer cumbre exige coraje, esfuerzo y sacrificios; virtudes
tan escasas en tiempo de holgazanes de élite y amigotes ambiciosos.
Lo expuesto parece un mensaje inadecuado para aquellos que no saben caminar
por tierras con espinas o arenas calientes y resecas. Una travesía áspera no es
para descansar en cada momento de infortunio. Enfrentar la adversidad fortalece a
los débiles y dota de generosidad a los más fuertes. El heroísmo surge de la
mística, del espíritu prevalente, de la aventura civilizatoria ascendente, no del
vuelo circular rasante de un dron guiado por un operador sedentario que funciona
desde la comodidad placentera. A la cumbre no llegan los individualistas, ni los
perezosos engreídos.








