Por Fernando Chomali Garib
Cardenal de Chile

El Papa Francisco, hoy, desde su propio padecimiento y dolor, nos sigue hablando
de la misericordia, palabra que suena tan extraña en un mundo tan frío e
impersonal. El Papa Francisco está enfermo, el mundo entero reza por él. Pero
su enseñanza, más sana y vigente que nunca, multiplica por doquier. Sus frases
son cortas, pero dicen mucho. Ha trazado un camino esperanzador para el mundo
y la Iglesia, que nos alegra y del cual estamos agradecidos.

Solo una persona con una profunda experiencia de Dios y conocedor del alma
humana es capaz de decir: “Cuando estoy en la intimidad, me digo una verdad
a mí mismo: que soy un pobre desgraciado a quien Dios le tuvo mucha
misericordia”. Qué bien nos vienen estas palabras en medio de tanta soberbia,
tanta arrogancia, tanta esperanza puesta en uno mismo, en los planes, en las
leyes o en tal o cual partido político o ideología. Francisco pone toda su confianza
en Dios y, sobre todo, en su misericordia. Esta frase, dicha con una sinceridad
brutal -que uno se esperaría de cualquiera menos del papa- nos ayuda a
comprendernos mejor y a comenzar a trazar un proyecto de vida desde una
mirada más divina. Dios no empequeñece al hombre, a la mujer, a la historia; Dios
le abre una nueva perspectiva desde su realidad, desde su indigencia, desde su
necesidad de otro para ser él mismo.
El papa y el individualismo: “globalización de la indiferencia”
A la luz de lo señalado anteriormente, podríamos preguntarnos: ¿Qué es aquello
que más le duele al Papa de la sociedad moderna? Pienso que es el
individualismo. Ese que nos ha empujado como sociedad a querer construir un
mundo desde nuestras propias fuerzas, olvidando la dimensión trascendente de la
existencia. Leyendo sus escritos, mirando su vida, observando sus intereses, sin
duda se puede concluir que para el Santo Padre es el individualismo el mal de los
males y cuyas consecuencias se hacen sentir en la vida personal, familiar y social
de manera estruendosa. Lo propio del individualista es pensar que todo gira en
torno a sí mismo y todo lo juzga de acuerdo a si tal o cual acción, proyecto,
persona, o situación, lo beneficia o no. El individualista está convencido que la
felicidad está en lograr éxito, dinero, fama, reconocimiento, aun en desmedro de
los demás. Para él, la comunidad es una mera invención que paraliza y, si se ha
de construir algo comunitario, será en base a la suma de lo que cada cual ha
logrado por sí mismo. El individualista solo piensa en cómo obtener el mayor bien
posible con el menor esfuerzo. Es experto en sacar provecho de todo, saltarse la
fila cuando puede y su frase favorita es “camarón que se duerme, se lo lleva a
corriente”.
Esta actitud lleva a lo que el Papa plantea, que estamos en medio de una
verdadera “globalización de la indiferencia”. En efecto, todo lo que acontece en
el mundo, si no me perjudica, dirá el individualista, no me interesa. La sociedad es,
según su pensar, una pista de carrera donde hay que competir, incluso dando
codazos, patadas, todo lo que sea necesario, para ganar. El individualismo es el
germen de la corrupción, que, por lo demás, ha hecho un daño incalculable a la fe
pública, a los más pobres, al Estado de derecho y a la democracia.
Según la lógica del individualista, el poder, el dinero, el figurar, el pasarlo bien, el
placer a destajo, lo justifica todo. Es por ello que el Papa nos invita a caminar con
los demás y que lo importante es que lleguemos juntos, aunque nos demoremos
más. Para lograrlo hay que trabajar en equipo, contribuir con los carismas, los
dones y las habilidades que se poseen en bien del todo, que siempre, como dirá
Francisco, es superior a las partes. El Papa está enfermo, pero su amor por la
humanidad sigue más vigente que nunca. Le sigue hablando y apoyando a los que
no tienen voz, a los “descartados de este mundo”, como los llama. Sigue invitando,
desde el lecho de enfermo, a reconocer que somos unos pobres desgraciados
donde todo lo que somos y tenemos es por pura gracia de Dios.
Esta invitación que toca el corazón de nuestro ser puede ser el camino que el
mundo necesita para ser más fraternos, más tiernos, más amables y sobre todo
para comprender que la vida adquiere pleno sentido entregándola a los demás y
que más que vivir con los otros, estamos llamados a vivir para los otros. El Papa
Francisco, hoy, desde su propio padecimiento y dolor, nos sigue hablando de la
misericordia, palabra que suena tan extraña en un mundo tan frío e impersonal.
Pero que, paradójicamente, es lo que el mundo más añora porque hemos sido
creados a imagen y semejanza Dios llamados a vivir la experiencia de amar y ser
amados y fraternalmente en cuanto que nos reconocemos hijos de Dios.