Por Jorge Heine
Las fuertes reacciones en África, Asia y América Latina en contra de la guerra de Israel en Gaza, expresadas en varias votaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), y en el apoyo generalizado al caso de Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), subrayan el grado al cual Israel y Estados Unidos están cada vez más aislados en el escenario global. Ello hace evidente la profundidad de la creciente brecha entre Occidente y el Sur Global.
El caso de Sudáfrica que acusa a Israel de genocidio –y las medidas provisionales de la CIJ– han sido criticados como injustificados por varias potencias occidentales.El gobierno alemán de Olaf Scholz llegó incluso a presentar un escrito como amicus curiae en apoyo a Israel. La diferencia de la actitud de las potencias occidentales hacia lo que ocurre en Gaza con lo que pasa en la guerra en Ucrania, donde han muerto muchas menos mujeres y niños en casi dos años de guerra que en cuatro meses en Gaza, ya no podría ser más grande. Lo mismo vale para la actitud de la Corte Penal Internacional (CPI) que rápidamente emitió una orden de arresto en contra del presidente ruso Vladimir Putin, pero que no ha dado señales de querer hacerlo con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no podría ser mayor. La diferencia entre ambos casos, por supuesto, es que los ucranianos son europeos, mientras que los palestinos no lo son.
Así, en Gaza, el tan vitoreado discurso occidental sobre la proclamada universalidad de los derechos humanos y la importancia de defenderlos urbi et orbi , ha demostrado ser vacío. Como demuestra Gaza, para Occidente la defensa de los derechos humanos sólo es válida cuando se trata de proteger los derechos de aquellos considerados occidentales, o cuando pueden utilizarse para criticar a sus adversarios. De lo contrario, son irrelevantes.
Parte de la legitimidad de ese orden internacional se había basado en esa narrativa posterior a la Segunda Guerra Mundial sobre la promoción de la democracia y los derechos humanos como “fuerzas del bien”, frente a la dictadura y el autoritarismo como “fuerzas del mal”. La realidad, por supuesto, era más compleja que esta imagen en blanco y negro, en la que Occidente apoyaba a dictadores en todo el mundo, siempre y cuando fueran anti-comunistas. Sin embargo, en general, esta narrativa persistió y pareció confirmarse con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Sin embargo, en el nuevo siglo, esa narrativa se está desmoronando.
El ascenso del Sur Global
Por un lado, en Occidente, la propia democracia liberal se encuentra cada vez más asediada, debido al auge del populismo, a menudo con fuertes tonos autoritarios. En ese sentido, 2016 marcó un punto de inflexión, con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y la decisión de Gran Bretaña de abandonar la Unión Europea. Ello se vio reforzado por el ascenso de la extrema derecha en Europa occidental, algo reflejado en los recientes resultados electorales en Italia y los Países Bajos. Por otro lado, El “giro de la riqueza” que se ha dado en el mundo ha llevado a un reordenamiento radical de las jerarquías intra-Sur y del orden global en su conjunto . El surgimiento de Asia y la subsiguiente noción del nuevo siglo como “el siglo del Asia” es algo propio de este nuevo orden.
Así , el eje geoeconómico mundial se traslada del Atlántico Norte hacia el Asia-Pacífico. Hoy en día hay más multimillonarios en Beijing que en la ciudad de Nueva York. Es revelador que al abandono del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) por parte de Estados Unidos en 2017 le siguiese la firma de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) en 2020, por quince estados de Asia y Australasia, que se convirtió en el mayor acuerdo comercial internacional. Esto dejó a Estados Unidos fuera de dos de los principales acuerdos comerciales.
El auge de China ha sido lo más significativo de este cambio, pero también lo es el de la India, así como el de otras naciones asiáticas y latinoamericanas como Brasil y México. El auge de estas economías emergentes ha ido de la mano de una mayor presencia de ellas en foros multilaterales y de la creación de nuevas entidades que las representen. Y 2023 fue el año en el que el Sur Global irrumpió con especial fuerza.
En agosto, con motivo de su Cumbre de Johannesburgo, el grupo BRICS anunció su ampliación, con la incorporación de seis nuevos miembros: Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (aunque finalmente el gobierno argentino de Javier Milei declinó la invitación). En septiembre de 2023, se celebró la cumbre del G20 en Nueva Delhi, donde se invitó a la Unión Africana a convertirse en miembro de pleno derecho. La reunión fue ampliamente considerada un triunfo diplomático para la India. En septiembre también se celebró en La Habana la cumbre del G77 y China, que puso en primer plano las demandas de las naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas en un mundo que todavía funciona en modo pospandémico, enfrentado al endeudamiento financiero y sintiendo el impacto de la migración y conflictos armados de diversa índole.
En un orden internacional en cambio, con los Estados occidentales cada vez más ensimismados, sin interés en abordar los desafíos del desarrollo ni cuestiones globales como el cambio climático, y con crecientes tensiones entre una potencia hegemónica en declive (Estados Unidos) y una potencia en ascenso que amenaza esta hegemonía (China), ¿qué deben hacer los estados poscoloniales?
El No Alineamiento Activo como guía para la acción
Una respuesta ha sido el No Alineamiento Activo (NAA). Éste es un enfoque de política exterior que surgió en América Latina en 2019, como resultado de la Segunda Guerra Fría, esta vez entre Estados Unidos y China. La región se vio obligada a responder a esta competencia entre las grandes potencias, ya que tanto Washington como Beijing presionaron a los estados latinoamericanos para que se alinearan con ellos. El NAA se inspira en el Movimiento de Países No Alineados (NOAL) que surgió en lo cincuenta y sesenta.
En ese momento, los países recién independizados de África, Asia y el Caribe, que debían lidiar con las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, optaron por seguir un camino propio y se negaron a tomar partido en esa disputa. Pero el NAA se adapta a las realidades del nuevo siglo, un siglo en el que el otrora Tercer Mundo, asolado por la pobreza, ha sido reemplazado por un Nuevo Sur. Ahora, la diplomacia financiera colectiva reemplaza la diplomatie des cahiers des doleances de antaño, y los nuevos bancos multilaterales de desarrollo como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo (el llamado Banco BRICS) compiten con los tradicionales bancos dominados por Occidente como el Banco Mundial y el FMI.
En una serie de artículos, y eventualmente en un volumen coeditado (cuya edición en rústica se publicó en enero de 2024) titulado: Latin American Foreign Policies in the New World Order: The Active Non-Alignment Option, junto con Carlos Fortin – experto en economía política de la globalización, y Carlos Ominami – ex ministro de Economia de Chile, hemos expuesto lo que consideramos el camino a seguir para América Latina, una región duramente golpeada por dos grandes crisis: la pandemia de Covid-19. y la peor crisis económica de la región en más de un siglo.
Fue la urgencia de la crisis latinoamericana y la creciente marginación de la región de los asuntos mundiales lo que nos llevó a elaborar este volumen. El proyecto tuvo tanta repercusión que cinco ex cancilleres y uno en ejercicio de los principales países de la región contribuyeron con capítulos al mismo.
Tomando una página de las tradiciones del NOAL, pero adaptándolas a las realidades del nuevo siglo, uno en el que hay muchas más opciones disponibles, ANA aboga por que los países en desarrollo pongan el interés nacional en primer plano. Este interés tiene un fuerte componente de desarrollo económico y las políticas exteriores de estos países no deben dejarse influenciar por las presiones de las grandes potencias. Para ello se requiere una gran capacidad analítica para evaluar cada cuestión internacional según sus méritos y proceder en consecuencia. Sin embargo, el NAA no debe confundirse con neutralidad, un término legal asociado a la posición de los estados que no son beligerantes en tiempos de conflicto armado. Tampoco debe verse como una política de equidistancia entre las grandes potencias. Por el contrario, el NAA es un concepto dinámico que permite a las naciones estar más cerca de una de las grandes potencias en algunas cuestiones, y de otra en otro orden de ellas.
Sin embargo, lo más definitorio del NAA sea su carácter proactivo, esto es, su búsqueda constante de nuevas oportunidades en un orden mundial en cambio. Así como el no alineamiento tradicional estuvo marcada por la actitud defensiva natural de estados poscoloniales que de súbito se encontraron en las movedizas arenas de la Guerra Fría, el NAA refleja el comportamiento más seguro de sí mismo de los países. con tradiciones de política exterior más establecidas y con mayor peso económico. El caso de Brasil bajo el tercer mandato del presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2023-2027) es un buen ejemplo de esto.
En el primer año de Lula en el cargo, Brasil acometió una importante iniciativa de paz en Ucrania; fue sede de una cumbre presidencial sudamericana (la primera en celebrarse en la subregión en casi una década); fue sede de una cumbre de la Organización de la Cuenca Amazónica; realizó visitas presidenciales a veinticuatro países; e inició los preparativos de la cumbre del G20 en 2024 y de la COP30 en 2025. El NAA enfatiza la cooperación regional y la acción colectiva, y busca formas de defender los intereses de países que durante demasiado tiempo han sido tomadores de agenda en lugar de fijadores de agenda, que es exactamente lo que reflejan las actividades de Brasil.
Aunque se originó en América Latina, el NAA rápidamente se regó por el resto del mundo. La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, aunque condenada con razón por una gran mayoría de los Estados miembros de la ONU, fue también testigo de la negativa de la mayoría de estos países a plegarse a las sanciones impuestas a Rusia, y del renacimiento de la noción misma de no alineamiento, tanto en África como en Asia. Esto ha sido liderado por países como Sudáfrica, India (que se ha negado a condenar la invasión rusa) y Vietnam. Este último se jacta de su “diplomacia de bambú”, que equilibra las buenas relaciones con Washington, Beijing y Moscú. El intento occidental de hacer de una guerra europea una verdadera guerra global, en la que todos los Estados deberían participar, fue rechazado rotundamente.
La petición formal de Estados Unidos y de Alemania en enero de 2023 a Argentina, Brasil, Chile y Colombia de proporcionar armas a Ucrania demostró una profunda incomprensión de este cambio en las relaciones internacionales de nuestro tiempo. ¿Por qué América Latina debería involucrarse en una guerra europea sólo porque los miembros de la OTAN se lo piden?
El NAA es la mejor herramienta para afrontar presiones externas como éstas. Envía un mensaje claro: las presiones para alinearse con cualquiera de las grandes potencias no serán bienvenidas; por el contrario, provocarán el rechazo de los Estados del Sur Global. A su vez, la ambivalencia en la postura de la política exterior propia deja a los estados expuestos a presiones y conflictos de todo tipo. Los países totalmente alineados, por otra parte, ni siquiera evalúan lo que dictarían sus propios intereses en un tema determinado. Simplemente siguen instrucciones de la capital extranjera del país con que estén alineados.
Jorge Heine es profesor de Relaciones Internacionales en la Escuela Pardee de Estudios Globales y director interino del Centro Pardee para el Estudio del Futuro a Largo Plazo de la Universidad de Boston. La edición en rústica de su libro, coeditado con Carlos Fortin y Carlos Ominami , Latin American Foreign Policies in the New World Order: The Active Non-Alignment Option, fue publicada por Anthem Press en enero de 2024.