A cincuenta años del quiebre democrático en Chile no se
percibe ese clima de paz y concordia social que debiera
poner término al dolor que habita en el espíritu de muchos
hermanos que vivieron los horrores de un período trágico,
cuyos efectos y secuelas se han extendido a las
generaciones más jóvenes, impidiéndoles liberarse de una
carga de culpas ajenas y legítimos sentimientos causados por
hechos atribuibles a quienes les antecedieron en el trayecto
de la vida y de la acción pública.

Existe un estado de fractura gigante (*)
Lo que ocurrió no era justificable y “era evitable” ha escrito la
hermana de un sociólogo marxista asesinado por la policía de
la época. (Javiera Parada, “Memoria, democracia y futuro”, La
Tercera, 10 de julio de 2023) La realidad-verdad, -pese a que
se diga lo contrario-, indica algo distinto: el derrumbe
democrático en el país austral fue inevitable.
La clase política y las elites de ese momento no fueron
inocentes de lo que ocurría, ni estaban en situación de alegar
completa prescindencia, tampoco podían reclamar absoluta
pureza. Unos más, otros menos, todos tuvimos nuestra cuota
de responsabilidad, incluso los que fuimos partidarios de un
camino diferente. Esa parte trágica de nuestra historia fue
escrita entre todos: puros e impuros, limpios y contaminados,

rectos y torcidos, honestos y deshonestos intelectuales.
Todos.
Para saber y contar
Por eso, el enfoque analítico se ha puesto en el rol de los
partidos políticos y la incidencia de éstos en la denominada
crisis moral de la República, temática recurrente pero no
obsoleta. De modo sucinto se expondrá el siguiente trayecto:
el proyecto comunista, el radicalismo de izquierda, el extravío
socialista, la desacralización demócrata-cristiana, la
irracionalidad de las derechas. Aquí empieza:
El proyecto comunista
Desgraciadamente esta tragedia de origen social-ancestral,
cultural, moral, e ideológico-dogmático no cesará. El afán por
reducir todo argumento al ámbito de la injusticia económica
ha sido y es una reducción sesgada que deriva de las
dimensiones y raíces anteriores.
Pero, ¿por qué el pasado no pasa y se ha convertido en único
y fatal destino?
A juicio del Partido Comunista, la Unidad Popular “es un
proyecto inconcluso, pero no derrotado”. Su secretario
general, Lautaro Carmona, lo dijo con claridad: “sabemos
muy bien que la historia no se repite. Pero algo muy distinto
es pretender sepultar los proyectos históricos de clase y
populares”.
Hacia el futuro los camaradas de Teillier, Carmona, Jadue y
Vallejos, persistirán en su propósito-obsesión-necesidad de
“levantar el proyecto popular”, ya que según Lautaro
Carmona: ”en diversas partes del mundo al legado de Allende
y del pueblo se le reconoce como un asunto de futuro, no de
pasado”. (discurso en el 111º aniversario de la colectividad,
diario “El Siglo”, 4 de junio de 2023) La pregunta es: ¿dónde

será o estará dicho futuro? ¿En Nicaragua, en Cuba, en
Venezuela, en Corea del Norte?
Seamos serios: cuánto exceso de sectarismo y distorsión
estratégica anida en el comportamiento de quienes han
utilizado mil veces al pueblo como escudo protector de su
ideología totalitaria. Entonces, ¿con qué derecho hablan de
pueblo o de proyecto popular? ¿Hasta cuándo?
El radicalismo de izquierda
Durante el trienio 70-73, grupos radicales como el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (Mir) y el Movimiento de Acción
Popular Unitaria (Mapu), -de los que sobreviven varios
intelectuales orgánicos-, se propusieron encender el fuego
fratricida que incendiaría el sistema democrático catalogado
de burgués y reaccionario, en nombre de una utopía
desprovista de todo realismo y racionalidad. Algunos de sus
miembros delirantes se atrevieron a conspirar para que ello
ocurriera, mas el tiempo se hizo corto antes que llegaran
gozosos al jardín del paraíso y en menos de tres años la
consigna de “avanzar sin transar” se truncó, enterrando
posiblemente por décadas sus objetivos paranoicos.
A pesar de tanta adversidad algunos sectores radicales de
hoy que no se sienten herederos del fracaso, se encuentran
esperando turno en la fila de los novatos para insistir
nuevamente en esa tarea utópica que sus mayores dejaron
pendiente. En este aspecto la inconsciencia moral que los
identifica es alimentada con altas dosis de arrogancia y
osadía.
El socialismo confuso y extraviado
Mucho se ha escrito sobre la historia del socialismo chileno,
una secuela compuesta de numerosos capítulos generadores
de sentimientos y reacciones conducentes a la gran pregunta:

¿dónde se halla el núcleo de sus desvaríos? La respuesta de
los estudiosos es simple y categórica: escasa convicción
democrática de quienes eran sus líderes y deficiente
estructura orgánica. Basta analizar los textos de sus posturas
para concluir que dirigentes como Altamirano, Sepúlveda,
Almeyda, impusieron una línea de conducción errática
conocida como socialismo totalitario.
Es precisamente aquello que los militantes fieles del PS y la
ciudadanía nunca debieran olvidar, junto a ese abandono
imperdonable en que sus jerarcas dejaron hace 50 años a su
líder máximo Salvador Allende. Incluso hombres talentosos,
como Arrate y Escalona, se desviaron para siempre en la ruta
de la acción. (ver “Las etapas del socialismo chileno”, El
Montonero, 27 de septiembre de 2022)
La desacralizacion del centro cristiano
La Democracia Cristiana, colectividad que surgió para
denunciar los extremos y proponer un camino de cambio
democrático nacional y popular, dejó a finales de los años
sesenta de creer en sí misma. Puede afirmarse que se
‘desacralizó’, se secularizó expresarán otros. Después en la
década de los setenta perdió su virginidad demócrata y ha
terminado abjurando durante el siglo XXI hasta de sus
fundamentos humanistas cristianos, aquellos que le dieron
identidad y fortaleza.
¿Qué sentido tiene en estos momentos su ya débil
existencia?, si ha perdido su razón de ser. Carlos Peña ha
hecho referencia a un ‘centro excéntrico’ y mucho sentido
tiene su comentario. Nosotros pensamos además, que la
crisis interna que padece dicho organismo y el cisma valórico
en su ideario se remontan a los años previos a su ascenso a
la cúspide del poder, cuando el PDC comenzó a ser infiltrado
por el marxismo, proceso que explica el desenlace imparable
de su desmembramiento fatal.

La irracionalidad de las derechas
Si algo caracterizó a los partidos de derecha fue siempre su
actitud realista y pro-unitaria a la hora de defender sus
posiciones políticas, económicas, sociales y culturales. Hoy la
irracionalidad contagiosa emanada del espacio político
circundante también se ha extendido a sus personeros, cuya
rigidez intelectual y exceso de apetitos individuales hacen
peligrar la proyección de las ideas que les dieron vida y
sustento. Una casta conformada por dirigentes de fauces
descomunales dispuestos a devorarse entre ellos, es la carta
de presentación de una derecha sin vitamina ni fuerzas para
enfrentar su propia hecatombe e inepcia.
La existencia de cuatro partidos en pugna y conflicto entre
ellos, -Evópoli, RN, UDI y Republicano-, da cuenta de la
densa oscuridad que impide el paso de la luz hacia el interior
de este sector, entorpeciendo acuerdos programáticos y
tácticos mínimos. Si hasta los empresarios (de derecha
económica-financiera) han perdido la fe en la que ha sido su
alianza histórica-estratégica natural más cercana y predilecta,
al no percibir perspectivas reales de acuerdos convergentes.
Crisis o ruina moral
¿En qué fase se encuentra actualmente Chile?
¿Qué fuerza telúrica-magnética incontrolable lo arrastra cada
determinado tiempo al abismo de la inestabilidad social y
política? ¿Qué pulsión volcánica empuja a sus dirigentes a
precipitarse desde la cresta de Los Andes a la sima oceánica
del Pacífico agitado? ¿Es una escalada de seísmos
cerebrales devastadores que alteran la psiquis nativa
provenientes de una evolución cataclísmica remota? o ¿se
trata de infartos institucionales intermitentes provocados

malintencionadamente, para poner a prueba la musculatura
institucional y su vitalidad republicana decadente?
(*) “Estado de fractura”, para no copiar a don Enrique Mac-
Iver y su magnífico planteamiento en torno a “La crisis moral
de la República”, discurso pronunciado en El Ateneo el 1 de
agosto de 1900.