El Estado social como obra política conservadora del régimen bismarckiano, y asumido teóricamente por el movimiento revolucionario conservador de Carl Schmitt, se desarrolló bajo una economía crecientemente industrializada, en donde el compromiso nacional del pueblo alemán era una fuente potenciadora de la soberanía.
El Estado social alemán, también calificado como socialismo cristiano por el obispo de Maguncia Wilhelm Emmanuel Freiherr von Ketteler, lo que más tarde deriva en socialcristianismo o también denominado como socialismo conservador en la lógica de Carl Schmitt, fue un bastión político en la lucha contra el comunismo, en la que se enfrentaban dos concepciones de sociedad: la orgánica y la materialista.
La primera da cuenta de la comunidad nacional o popular en la que el pueblo bajo el amparo del estado social se desarrolla y mejora sus condiciones de vida, y la segunda -representada por la lucha de clases en busca de un camino al comunismo-, caracterizada por un espíritu oclocrático.
La crisis política y constitucional que actualmente experimenta Chile comprende de algún modo la tensión entre ambas concepciones. Por una parte, la Convención Constituyente que busca instituir la lucha de clases en un texto constitucional, actuando como oclocracia, disfraza dicha lucha con ropajes de la ideología de género y del indigenismo. Por otra parte, una conciencia colectiva chilena, aún en proceso de gestación, que asume la necesidad de luchar por una comunidad nacional en la que se dignifiquen las comunidades particulares de nuestro Chile.
A la luz de esto, un Estado social a la chilena no puede implementarse al estilo alemán, sino que a la chilena. Un Estado que, asumiendo sus debilidades y fortalezas, sea un real garante del bien común, promoviendo la comunidad organizada, asuma su responsabilidad social y promueva la libertad y dignidad de las personas.
Estos deberían ser los principios rectores de un Estado social a la chilena.