Nuestras instituciones republicanas no estaban preparadas para repeler el asalto imprevisto de una colonia de pingüinos de cabeza pequeña que en un ‘recodo octubrista’ del destino se reúne y decide caminar atropelladamente junto a otros seres de alma y piel rojiza provenientes de un planeta errante. Mucho menos si éstos extraños especímenes han logrado instalarse en el palacio de gobierno y desde allí satisfechos y sonrientes han dicho que llegaron para “habitarlo”. Hay quien los ha imaginado como una manada de “monos peludos” que desde la distancia confundidos en el lodazal, son vistos chapoteando como si fuesen una piara impetuosa de color rosado-gris-sucio.
Esta descripción irreal, extraída de una serie de ficción reciente, es la real-realidad que padecen muchos países de la región. Nuestros hermanos peruanos han sufrido la experiencia y saben muy bien de qué se trata. También otras naciones después de atravesar y ser afectadas por lapsos de extravío ciudadano han comenzando a sentir los efectos de semejante tipo de pesadilla.

El caso chileno
El caso chileno ha dado para producir una pésima película, -de esas con poco éxito de taquilla-, basada en un mal guión de aquellos que no sirven para postular a algún palmarés y con participación de actores y actrices de desempeño tan deficiente que nunca debieron dedicarse al séptimo arte, ni subir a escenarios de representación pública. Lo peor es que el elenco de producción y dirección que la filmó y la escenografía sombría se mantienen en pie, a pesar de su decadente fealdad estética y moral.

Origen de la oscilación fatal
¿Qué puede esperarse de sociedades erráticas que van de árbol en árbol, -de rama en rama-, buscando su destino como aves ciegas carentes de olfato?; de sociedades aturdidas que huyen del estallido callejero caótico buscando refugio seguro en un hogar acogedor y protegido por la legislación, que rechazan la violencia para abrazar la paz; que se arrepienten de la consigna: ‘los militares al cuartel’ y exigen a las fuerzas armadas garantizar el orden y la tranquilidad ciudadana; que no quieren oír nada acerca de la tumba del neoliberalismo y sí mucho respecto del impulso al crecimiento económico.
¿De dónde proviene el origen de esta fatídica oscilación social?
que un día recurre a la violencia anárquica vestida de refundación antisistema; al siguiente acude a la exacerbación de valores identitarios pasajeros, invertebrados y quebradizos; y al final solo muestra la perversidad revolucionaria irracional, mentirosa, fétida e inmoral de la conciencia colectiva perturbada.

¿A quién culpar?
Por desgracia cuando el drama golpea y remece fuerte la puerta frágil de los ciudadanos más humildes las opciones se reducen a enfrentarlo o escapar, en especial si se ha sido renuente a la prevención necesaria para evitar sus consecuencias. La mayoría de los dramas contemporáneos que nos aquejan los hemos escrito entre todos, solo que numerosos integrantes del cuerpo social ni siquiera conocen el significado de las palabras, ni entienden de gramática, ni sintaxis, lo que ha acrecentado su dependencia de jerarcas astutos y demagogos expertos en elaborar versiones antojadizas en las que siempre ganan y nunca pierden.
La nueva izquierda palaciega y vegetal
La izquierda que habita en Chile, digámoslo de manera precisa: “es una izquierda palaciega que vegeta”, un equipo que ni siquiera suda, sin estado físico, -sin preparación-, que no tiene esa reputación digna, justa, -noble-, que antaño le dieron sus grandes líderes y miles de viejos militantes honestos, leales, forjados en la base social y laboral del país austral.
La izquierda de valía histórica ha sido desplazada por una camada de jovencitos burgueses bien provistos, hijos de papá que saltaron de universidades dirigidas por académicos con sesgo ideológico deformado, a centros del poder político sin haber vivido las carencias y miserias de la existencia, ocupando con arrogancia y astucia un lugar que no es para ignorantes con título, ni para vagos (holgazanes) diletantes, ni para oportunistas aprovechadores de las circunstancias.
Esta novel izquierda radicalizada no es, -ni siquiera por equívoco-, esa legendaria de ayer, -la de Pedro Aguirre Cerda, Eugenio González, Raúl Ampuero-, esa que ganó en las urnas el legítimo reconocimiento popular en períodos de escasez y de grandes dificultades mundiales.