Por Jorge Varela

El nacimiento y la muerte en tanto realidades correspondientes a las esferas del
ser y del no-ser, son dos acontecimientos trascendentes de la vida conectados
con la no-vida y con el vacío de la nada. La vida y la muerte representan el alfa y
omega, el principio y fin de la existencia.

En una instancia turbia de la historia contemporánea en que no se reconoce
importancia a la procreación, gestación, nacimiento, crecimiento y desarrollo de
nuevos seres de la especie humana, se ha extendido vertiginosamente la
aplicación cruel de políticas que están derivando en prácticas que cuestionan y
ponen en entredicho el valor de la vida, como el genocidio, el aborto, la eugenesia,
la eutanasia, el secuestro, el abuso y la tortura.
Sin respeto por la dignidad de las personas, lo maligno ha adoptado nuevas
formas de exterminio inspiradas en ideas liberticidas, totalitarias, amorales,
relativistas, narcisistas, individualistas, que conciben al ser como mero organismo
compuesto de materia (células, tejidos, órganos, sistemas fisiológicos) que
funciona mediante energía propia y no requiere de espíritu o elan vital.

La extinción habita en nosotros. Con fundamento se puede afirmar que estamos
“viviendo”, – vaya contradicción – en plena civilización y cultura de la muerte. Hoy
vale más una carga de droga que una persona, un vehículo de alta gama que la
vida, una mascota que un niño, un instante de placer que el cuidado de un anciano
enfermo. ¿Acaso, no era esta la humanidad que avanzaba hacia un estado
civilizatorio superior, y hacía méritos para conquistar el cosmos y dominar el
tiempo y el espacio?
¿Cómo definir este estado de contradicción que nos afecta? El instinto agresivo,
dice Sigmund Freud, “es el descendiente y principal representante del instinto de
muerte que”, junto al Eros (instinto de vida), “comparte con él la dominación del
mundo”. (“Elmalestar en la cultura”) Esta lucha eterna entre ambos resume el
transcurso mismo de la especie humana.
Aceptemos entonces la posibilidad de que nuestra extinción no será producto de
un eventual ataque proveniente de seres de otro universo o galaxia lejana. La
extinción está en las entrañas de la humanidad, solo que no queremos ver cómo
avanza por sus vísceras.

¿Existe la conciencia moral?
Esa que se conoce o era conocida como ‘conciencia moral’, ¿existe aún, o murió
en la lucha entre los instintos y no nos hemos percatado? Permítaseme una
digresión, recuerdo que hace tiempo se argumentaba con orgullo académico que
la Universidad era la conciencia moral de la Nación. ¿Qué fue de ella? Los indicios
muestran que es una de las grandes víctimas de la lucha cultural contemporánea,
aunque no faltan quienes que le atribuyen además el rol de victimaria de la
situación actual. Y la autoridad ¿también ha sido derrotada?; porque está
demostrado que no se la respeta, ni se le tiene temor reverencial como antes. Es
de esperar que no haya muerto para siempre.
En una sociedad en que nadie quiere sentir remordimientos ni considerarse
culpable, ni purgar sus deslices, se explica que la conciencia moral esté en
retirada y se la cuestione hasta negarla.
Tiempo de bárbaros. El instinto de destrucción es demasiado fuerte y no se
detendrá ante la potencia procreadora del ser y la naturaleza. Lo maligno
estásiempre presente en la psiquis y en la historia. Goethe puso en boca de
Mefistófeles, – personaje de su obra “Fausto”-, la frase: “todo lo que nace merece
perecer”
Por ahora no divagaremos acerca del objeto de la vida, pero sí preguntaremos:
¿qué esperan los hombres de la vida? Según Freud: “aspiran a la felicidad,
quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo”. (“El malestar en la cultura”)
Pero, ¿y el otro? Ese que está al frente o al lado tuyo, ¿nos interesa?, ¿nos
conmueve? o ¿hay que dejarlo fuera de nuestro pequeño mundo egoísta,
impregnado de miserias? En medio de tanta barbarie hemos desertado de la
misión cultural civilizadora que nos convocara originariamente a todos y estamos
condenados a ser unos bárbaros de temer, irredentos vitalicios. Hemos
renunciado a esa tremenda tarea humana de trascender el tiempo, quizás el gran
objeto de la vida en este planeta, para convertirnos en devotos de la cultura de la
extinción.