No es fácil dimensionar el real impacto del cambio global que lleva consigo el cambio climático. El fenómeno al cual asistimos afecta a la estructura y al funcionamiento de los ecosistemas terrestres, y si bien los efectos los podemos encontrar actualmente en la pérdida de la biodiversidad con resultados inmediatos y evidentes, hasta ahora la atención ha estado centrada en las noticias relativas a las olas de calor en el Hemisferio Norte, pero lo cierto es que las secuelas son bastante más duras que los daños de los siniestros ocasionados por los incendios y las inundaciones registradas.
Los efectos tendrá hondas repercusiones en los sectores productivos, y por ende en todo el sistema político, económico y social. Al respecto, vemos en Chile que el tema no es asunto prioritario, cuestión que nos recuerda que nuestra agenda nacional está absolutamente desfasada de los grandes desafíos globales, pero en nuestros días no hay excusas para la inacción o pasividad en la materia. Se requiere una mirada integral del fenómeno, y no sólo una preparación (como habitualmente poco rigurosa) de los incendios que deberemos enfrentar la próxima estación de verano.
En efecto, lejos ha quedado la Primera Acción Oficial frente al Cambio Global que culminó con la Cumbre de Río 1992, en la cual aún ciertos políticos e interesados en proteger sus intereses sostenían que el calentamiento moderado de la atmósfera tiene efectos positivos, y que sin duda es más beneficioso que el enfriamiento. Llamando a no alertar a la población y a continuar con los modelos de desarrollos sin mayor atención al cambio climático.
Entra las tesis que oímos estaba que gracias al CO2, es decir al uso intensivo de hidrocarburos, se ha aumentado la estabilidad climática y además se evitan cambios de clima dramáticos y peligrosos, perspectivas que por lo general estaban al servicio de intereses económicos y políticos-estratégicos. Ello tuvo incidencia en que muchos países desperdiciaron oportunidades de mitigación del proceso de calentamiento global. Uno de ellos fue la firma del Protocolo 1988, el que estableció acuerdos vinculantes para la creación de mecanismos que frenaban las actividades contaminantes, sobre todo las que lesionaban a otras naciones. Luego fuimos testigos del boicot al acuerdo amplio en Kioto, el cual buscaba limitar la emisión del CO2.
Al respecto, lo más inexplicable no es que existirán personas que antepongan sus intereses económicos ante los efectos del cambio climático, sino la impasividad de los líderes políticos que dicen comprender el desafío, pero no hacen nada sustantivo en la materia. Mantienen una retórica vacía de actos, mientras el paso del tiempo demuestra los azotes de esa negligencia y las sociedades mantienen sus “estilos de vida” intactos. La tormenta perfecta para el colapso total del ecosistema sobre el cual se puede desarrollar la vida humana.
La tesis de quienes sostuvieron que el libre mercado, expresado en la gobernanza financiera mundial, fomentaría la eficiencia de los medios de transporte y plantas de energía, sumada a una correcta asignación de recursos, promovería la defensa de derechos éticos de propiedad y con ello serían eficaces ante las agresiones contaminantes. Todo ello queda refutado -posiblemente muy tardíamente- en vista a los trastornos climáticos que hoy observamos, con su evidente destrucción. Proceso que el secretario general de Naciones Unidas ha denominado como de “ebullición global”. ¡La conciencia y acción es ahora!