Por Jorge Heine
Ex embajador en China e india
En tan solo cinco años, el mundo se ha visto afectado por la peor pandemia en un
siglo; por la guerra más grave en Europa desde 1945; por una guerra genocida en
Gaza; otra en Sudán; y una en el Congo; migraciones masivas; hambrunas y
sequías de diversa índole; endeudamiento financiero en muchos países en
desarrollo; y por el cambio climático. El gasto en defensa alcanza la cifra récord de
2,7 billones de dólares, mientras que la ayuda humanitaria es reducida
drásticamente.
¿Por qué esta verdadera cascada de desastres?
La razón para ello es sencilla. Como escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos
de la Cárcel: «La crisis consiste precisamente en que lo viejo muere y lo nuevo no
puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas
mórbidos». Vivimos en la época de los monstruos a la que aludía Gramsci.
Y la crisis tiene sus raíces en la transición de un tipo de orden mundial a otro. La
época posterior a la Guerra Fría, el período de 1991 a 2016, denominada por
algunos como el “momento unipolar”, transita a otro tipo de orden. Los contornos
de este aún están por emerger, pero será uno en el que el poder estará más
difuso, y que algunos describen como multipolar, mientras que otros, como el
politologo indio Amitav Acharya, describen como un orden múltiplex. En tales
transiciones, a medida que las viejas reglas establecidas desaparecen y las
nuevas aún no surgen, todo vale. De ahí el aparente caos y anarquía del mundo
actual, magnificado por el rápido cambio tecnológico, la polarización política y la
volatilidad de las políticas.
El Orden Liberal Internacional (OLI), establecido en 1945, se basó en varios
principios clave como el multilateralismo, el libre comercio, ciertas instituciones
internacionales centrales y un compromiso con la democracia tanto a nivel
nacional como internacional. Enumerar estos principios es darse cuenta de cuánto
se han desviado de ellos (por no decir que los han abandonado por completo)
algunos países lideres en el pasado reciente. Y si el OLI ha estado en declive
durante la última década, no sería exagerado decir que ya ha dejado de existir. Y
la administración Trump ha sido explícita al respecto: en palabras del secretario de
Estado Marco Rubio: «El orden global de posguerra no solo está obsoleto; ahora
es un arma utilizada contra nosotros». De ahí su desmantelamiento.
La decadencia de Occidente
La pregunta que surge entonces es: ¿qué hay tras el fin de este orden y el declive
de la hegemonía estadounidense? ¿Es cierto que Estados Unidos se encuentra en
un declive irremediable? Bueno, no realmente. En 1945, Estados Unidos
representaba el 50% del PIB mundial, lo cual no sorprende, ya que fue el principal
vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Para 1970, ello cayo al 25%. Pero lo
interesante es que este 25%, una cuarta parte de la economía mundial , se ha
mantenido estable durante el último medio siglo y hoy sigue siendo del 25%. En
ese sentido, no existe un “declive estadounidense” per se, lo que hace
especialmente absurdas las afirmaciones sobre el perjuicio que este orden habria
infligido a Estados Unidos. Sin embargo, existe otra perspectiva desde la cual se
podría argumentar que existe un “declive occidental”: si observamos a los otros
seis miembros del G7, aparte de Estados Unidos, cabe notar que su participación
en el PIB mundial ha caído del 42% en 1991 al 18% en 2023.
Y, por supuesto, tenemos el ascenso de China, que ahora representa alrededor
del 19% del PIB mundial y que, desde 2014, ha superado a la economía
estadounidense si esta se mide en términos de PPA. Por lo tanto, no hay un
declive de EE. UU. en términos absolutos, pero sí un declive relativo de sus
aliados y socios más cercanos. Esto ha ido de la mano con el “auge del resto”, en
palabras de otro analista indio, Fareed Zakaria. Esto significa que EE. UU. tiene
menos capacidad para ejercer su poder e influencia que en el pasado, aunque
esto no implica que deje de ser la mayor potencia militar, la mayor economía y la
más avanzada en términos tecnológicos y científicos del mundo.
Sin embargo, lo que no se esperaba es que este declive de Occidente se
acelerara, no por una caída económica, sino por su fractura Como dijo la
presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en abril de este año:
«Occidente tal como lo conocíamos ya no existe».
Y esto se hizo evidente en la votación celebrada en la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 24 de febrero de 2025, en el tercer aniversario de la invasión
rusa de Ucrania. En ella, Estados Unidos votó junto con Rusia, Bielorrusia y Corea
del Norte en contra de una resolución presentada por varios Estados miembros
europeos que condenaba la invasión y exigía la retirada de los territorios ocupados
de Ucrania.
Y esto no fue un caso aislado. Poco antes, ese mismo mes, el vicepresidente
estadounidense J. D. Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en lugar
de criticar a Rusia, criticó a los gobiernos de Europa Occidental por no permitir el
accionar irrestricto de los partidos políticos de extrema derecha. Y lo que Vance
planteó fue una concepción muy diferente de Occidente, no como una entidad
geopolítica, sino como una entidad civilizacional, en una visión nacionalista blanca
y cristiana de lo que representa Occidente.
Tenemos, pues, una importante fisura transatlántica, en la que la propia
supervivencia de la OTAN está en seria duda y la noción misma de Occidente
como entidad geopolítica ha dejado de existir.
El auge del Sur
Junto con la desintegración de Occidente, también hemos visto el “auge del resto”,
es decir, del Sur Global, expresado más dramáticamente en el grupo BRICS.
Dos factores se dan aquí. Uno es lo que el Banco Mundial ha denominado la
“desplazamiento de riqueza”, es decir, el giro del eje geoeconómico mundial del
Atlántico Norte a Asia Pacífico. De las diez ciudades con mayor número de
billonario ( en el sentido ingles del término) del mundo, cinco están en Asia, tres
en Estados Unidos, una en Europa y una en Rusia. No es difícil adivinar cual es la
ciudad india en la lista (Mumbai, por supuesto).
La región de más rápido crecimiento en el mundo hoy en día es Asia Oriental, y
Asia alberga el 60% de la población mundial. Como ha señalado Parag Khanna,
«el futuro es asiático», y Kishore Mahbubani ha escrito extensamente sobre por
qué este será «el siglo de Asia».
El otro lo que podríamos denominar el surgimiento político del Sur Global. No en
vano, la revista Foreign Policy se refirió a 2023 como «el Año del Sur Global». En
los últimos tres años, se han dado varios acontecimientos que han situado al Sur
Global en el primer plano de los asuntos globales:
La invasión rusa de Ucrania y la posterior guerra en ese país llevaron a muchos
países, entre ellos, a India, a no alinearse con Occidente y al renacimiento del no
alineamiento como opción de política exterior.El segundo fue la expansión de los
BRICS, a partir de la cumbre de Johannesburgo de 2023, que llevó a duplicar el
número de miembros del grupo a diez, incluida Indonesia, dándole un peso
considerable al grupo.El tercero ha sido la guerra en Gaza, que ha llevado a
países como Sudáfrica y Brasil a adoptar posturas firmes contra la guerra que libra
Israel y a un número significativo de votaciones en la Asamblea General de las
Naciones Unidas pidiendo un alto el fuego, aprobadas por mayorías de 140 a 50 y
una clara división Norte-Sur.
Estos factores han convertido al Sur Global, a pesar de las numerosas diferencias
entre los países de África, Asia y América Latina que lo conforman, en una fuerza
a tener en cuenta en los asuntos mundiales. Hay una razón por la que hablamos
de un mundo post-occidental: según diversas proyecciones, para 2050, siete de
las diez mayores economías serán no occidentales, y solo un país europeo estará
entre ellas.
El imperativo indio
Es en este contexto, entonces, que cabe analizar el papel que India puede y debe
desempeñar en este cuadro internacional tan complejo. El auge de India; su
condición de ser la nación más poblada del mundo; su alto crecimiento durante los
últimos 35 años, que la ha llevado no solo a superar al Reino Unido como la quinta
economía más grande del mundo, sino que ahora, en abril de este año, a
desplazar a Japón para convertirse en la cuarta economía más grande; y el
liderazgo que ha ejercido en entidades como el G20, indican un enorme potencial
en este sentido.
En el nuevo siglo, con el auge de China, hemos presenciado un importante
esfuerzo occidental por persuadir a India a que se pliegue a Occidente en su
rivalidad con China, con Washington intentando poner a Nueva Delhi en contra de
Beijing. El acuerdo nuclear entre Estados Unidos y la India fue un componente
importante de esto; lo mismo vale para el papel de la numerosa comunidad india
en Estados Unidos, que se ha desplegado eficazmente a tal efecto, y la indudable
alta estima que tiene de Estados Unidos la opinión pública india.
India es una potencia demasiado importante como para permitir que otros la
utilicen para sus propios objetivos, pero ése fue el libreto que se desplego.
Pero esa película ya termino. La afirmación infundada de Washington de haber
mediado en la paz en la reciente guerra de Pakistán con la India; la imposición de
aranceles estadounidenses del 50% a la India (los más altos de cualquier país del
mundo); y el establecimiento de una tarifa de 100.000 dólares para las visas de
trabajo estadounidenses H-B1, el 70% de las cuales son utilizadas por ciudadanos
indios; y el anuncio de que Washington, después de todo (a pesar de un
compromiso de larga data de no hacerlo) impondrá sanciones al puerto de
Chabahar que está construyendo la India en Irán para facilitar el comercio con
Asia Central, han demostrado poco respeto por los intereses indios y han
retrotraído las relaciones indo-estadounidenses a lo que eran en 2005, si no en
1995. Por lo tanto, la India se encuentra en un aprieto.
¿Qué hacer?
Existe una corriente de pensamiento que sostiene que, a pesar de todo lo
sucedido, India debería seguir intentando congraciarse con Estados Unidos y
Occidente en general, alineándose con las democracias del mundo contra las
autocracias orientales. Esta idea de “poner la otra mejilla”, si bien admirable en
ciertos aspectos, delata una cierta ingenuidad digna de una causa mejor.
La dura realidad es que el aislacionismo, el proteccionismo, el etnonacionalismo y
el chovinismo que estamos viendo en Occidente, unidos a un fuerte sentimiento
antiinmigrante y anti-extranjero, llegaron para quedarse, y obstaculizarán
cualquier esfuerzo de ese tipo por una reconciliación.
Otra alternativa, planteada por Stewart Patrick, académico del Carnegie
Endowment for International Peace, es que, ahora que Estados Unidos ha
renunciado al Orden Internacional Liberal, ha llegado el momento de que India y
otras potencias intermedias del Sur unan fuerzas con las democracias europeas
para revitalizarlo. Esto no parece un camino muy prometedor. Europa no es
precisamente el continente del futuro: todas las cifras indican lo contrario.
Y la noción de que las potencias emergentes deban unir fuerzas con algunas
naciones europeas para revivir el orden de antaño, anclado en el Atlántico Norte y
basado en la noción de la primacía imperial resulta extraña, por decir lo menos.
Nos movemos hacia un mundo postoccidental, y ha llegado el momento de
reconocerlo.
Por lo tanto, India debería inspirarse en su propia historia y adoptar una política
exterior de No Alineamiento Activo. Como argumento en mi nuevo libro, EL
MUNDO NO ALINEADO, la mejor alternativa para los países del Sur Global, y
para India, como líder del mundo en desarrollo, para afrontar las incertidumbres de
esta situación tan volátil no es aliarse con alguna de las grandes potencias que
compiten entre sí, sino priorizar los intereses de su propio país y actuar en
consecuencia.
La gran estrategia de ANA es “tantear el terreno”, es decir, abordar los problemas
uno por uno, a medida que surgen, y decidir caso a caso las soluciones
correspondientes, que puedan ser más favorables para una u otra de las grandes
potencias. A su vez, su táctica es lo que se conoce como “buscar cobertura”, un
término medio entre “contrarrestar” y ” plegarse “, los dos enfoques tradicionales
en que los Estados se basan para interactuar entre sí. Esto requiere un aparato
diplomático muy sofisticado, con sólidas capacidades analíticas.
A diferencia del no alineamiento tradicional, que tenía un fuerte componente
defensivo, el NAA es proactivo y está constantemente en búsqueda de nuevas
oportunidades en el entorno internacional, tratando de aprovecharlas al máximo.
India tiene diferencias muy legítimas con China, y no hay razón para que su
disputa con Estados Unidos la haga alinearse con Pekín en sus diferencias con
Washington. Al mismo tiempo, Nueva Delhi no debería dejarse llevar por la
narrativa estadounidense sobre el verdadero origen de esta competencia. India
debería mantenerse al margen y capitalizar su condición de líder natural del Sur
Global: forjar coaliciones, proyectar su poder digital y tecnológico, y ser mucho
más asertiva en sus iniciativas de política exterior.
Mi excolega de la Universidad de Boston, Manjari Miller Chatterjee, ahora en la
Universidad de Toronto, se ha referido a la India como una “potencia reticente”.
Con esto quiere decir que las élites políticas indias, nos sin razón, han concluido
que, dados los enormes desafíos económicos y sociales internos de la India, la
política exterior no debería ser una prioridad.
El resultado es un servicio exterior muy reducido, con unos 1.000 diplomáticos
—en comparación con los 12.000 de Estados Unidos, los 10.000 de China y los
1.400 de Brasil— y una presencia en el exterior mucho más limitada que la de
otras potencias. La idea predominante ha sido que India interactúa con las
grandes potencias y otras potencias intermedias, pero no demasiado con las
naciones más pequeñas.
Mi propio país, Chile, no ha recibido la visita de un primer ministro indio desde
1968, cuando Indira Gandhi lo visitó. Xi Jinping, a su vez, ha visitado Chile tres
veces, en diferentes cargos. India necesita cambiar su enfoque. Como líder del
Sur Global, India debe aproximarse a todos los países de África, Asia y
Latinoamérica, no solo a aquellos que considera sus pares o casi pares. La
receptividad y la buena voluntad para una ofensiva diplomática india en el Sur,
respaldada por programas y proyectos concretos, son enormes. Una política
exterior reticente ya no responde a las urgencias del momento. Ha llegado la hora
de cambios mayores.
Como dijo el ex primer ministro indio Lal Bahadur Shastri , «Llega un momento en
la vida de cada nación en que se encuentra en una encrucijada histórica y debe
elegir qué camino tomar». India se encuentra en uno de esos momentos.
Jorge Heine es investigador no residente del Instituto Quincy en Washington D. C.
y exembajador de Chile en India, China y Sudáfrica. Su nuevo libro, “El mundo no
alineado: Como sobrevivir en una era de competencia entre grandes potencias”,
es publicado por Polity Press. Este artículo es una versión editada de una
presentación realizada en la conferencia “India y el orden mundial: Preparándose
para 2047”, celebrada en la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi en
octubre de 2025.








