En una columna reciente en este medio, el analista alemán Detlef Nolte sostiene que “Ucrania divide a América Latina y complica una asociación estratégica “. Aludiendo a la próxima reunión cumbre AL-UE a realizarse en julio en Bruselas, señala que la ausencia de apoyo unánime en la región a las posiciones de la UE, la OTAN y el G7 en Ucrania, obstaculizaría profundizar las relaciones con la UE. Como es sabido, uno de los propósitos principales de la reciente visita del Canciller alemán Olaf Scholz a Sudamérica fue solicitar que los países envíen armas a Ucrania, involucrándolos en el conflicto más violento que ha sacudido a Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Es admirable (por no decir enternecedor) que Europa de súbito redescubra su interés en América Latina. Desde 2015 que no se realiza una Cumbre AL-UE, y ello por una razón muy sencilla: Europa estaba “en otra”, y no le interesaba la región. Ahora que hay una guerra, cambió. La de Ucrania es una guerra europea que Europa quiere transformar en una guerra global. Como ha dicho el canciller indio S. Jaishankar, “Europa tiene que dejar atrás la mentalidad que los problemas de Europa son problemas del mundo, pero que los problemas del mundo no son problemas de Europa”.

Para Europa, la guerra en Ucrania sería un parteaguas entre democracias y autocracias, encarnando el principal clivaje del sistema internacional. Sin embargo, algunas de las mayores democracias del mundo hoy, como India, Sudáfrica, Indonesia y Pakistán, se han mantenido neutrales. En realidad, un 80% de la población del mundo está en países que no comparten la posición del G7 y de la UE. Lo que la guerra en Ucrania subraya es que el principal clivaje en el mundo de hoy está entre el Norte y el Sur Global, y no entre democracia y autoritarismo. El G7 se ufana de estar más unido que nunca, pero solo representa una mínima fracción de la población del mundo.

La gran mayoría de los países de Asia, África y América Latina han condenado la invasión rusa de Ucrania. Lo que no han hecho es abanderizarse en el conflicto mismo. Guerras hay muchas en el mundo. En la del Yemen, países miembros de la OTAN proveen de armas a Arabia Saudita, para que continúen un conflicto de ya ocho años, y que ha costado un cuarto de millón de vidas. Las potencias occidentales no solo hacen la vista gorda, sino que constituyen el arsenal de uno de los regímenes mas sanguinarios del Medio Oriente, olvidando los llamados a la defensa de la democracia y los derechos humanos que despliegan en otros lares. Como no ocurre en Europa, la guerra en el Yemen no es tema.

Si Europa condiciona el profundizar relaciones con otras regiones al apoyo a su posición en Ucrania, se va a quedar sola. Casi ningún país en desarrollo ha apoyado las sanciones políticas y económicas impulsadas por el G7 en contra de Rusia. Brasil, una potencia exportadora agroalimentaria, importa la cuarta parte de sus fertilizantes de Rusia. ¿Va a dejar de hacerlo y sacrificar su agro en aras de una guerra en Europa en que Brasil no tiene ni arte ni parte ?

No contento con criticar las posiciones de los presidentes de los principales países de América Latina, como Argentina, Brasil y México ante la guerra, y la reciente cumbre de CELAC, Nolte también las emprende contra el No Alineamiento Activo (NAA). Señala que “si no es posible que una política de no alineamiento activo implique no tomar partido indirectamente al poner al agresor en pie de igualdad con la víctima”. Alemania, y varios otros países europeos venden armas a Arabia Saudita y lo han hecho por muchos años en plena guerra con Yemen. En otras palabras, el no tomar partido en una guerra es muy grave, pero el venderle armas a una potencia agresora es aceptable.

Las posiciones de los jefes de estado de Argentina, Brasil, México y las de la CELAC en relación a la guerra en Ucrania, lejos de constituir una anomalía, reflejan un creciente consenso, en el Sur Global, de que el actual orden internacional no expresa sus intereses. La obsesiva rivalidad entre las grandes potencias, la incapacidad de enfrentar en forma coordinada desafíos globales como el Covid-19, la negligencia frente al cambio climático y las dificultades en responder a las crisis financieras de países en default, son indicadores de la bancarrota del Orden Internacional Liberal que rigió por siete décadas, pero que ya llegó a su fin. Llamados a defenderlo no encuentran eco.

En este nuevo cuadro, el No Alineamiento Activo, descrito en una reseña del libro ‘‘El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo’’ (Catalonia), como “el desarrollo más significativo en la región en materia de política exterior desde el fin de la Guerra Fría’’, provee una guía para la acción, una hoja de ruta en un mundo convulsionado. Lo que hace es llamar a los países latinoamericanos a poner sus propios intereses por delante, no dejarse presionar ni por Washington, ni Beijing, ni Bruselas ni Moscú, a dar batallas que no son propias. Hay buenas razones por las cuales una revista como Foreign Policy, al hacer su balance del año 2022 en América Latina, lo describió como el año del No Alineamiento.