Las tendencias respecto a las manifestaciones sociales por medio de redes sociales, relaciones típicamente horizontales de Occidente, las banderas identitarias, la autopercepción de empoderamiento y el fin de meta relatos son manifestaciones de ese cambio que contradice el racionalismo de la modernidad con su idea de progreso indefinido y materialista.
La institucionalidad actual del sistema internacional demanda repensar un nuevo texto universal en el que se represente un diálogo intercultural de entendimiento entre todas las civilizaciones, ya que pareciera que el consenso post Segunda Guerra Mundial ha perdido vigor, y requiere de un nuevo impulso en un contexto de Cambio de Época (posmoderno).
En efecto, los valores y principios culturales parecieran estar mutando importantemente en nuestro diario vivir. Las tendencias respecto a las manifestaciones sociales por medio de redes sociales, relaciones típicamente horizontales de Occidente, las banderas identitarias, la autopercepción de empoderamiento y el fin de meta relatos son manifestaciones de ese cambio que contradice el racionalismo de la modernidad con su idea de progreso indefinido y materialista. Sin embargo, a pesar de los giros que exhibe la posmodernidad líquida, como nos diría Bauman, y caótica a ratos debido a la ingobernabilidad que hoy nos caracteriza, podemos sostener que la historia de la humanidad nos ha enseñado que hay valores que son permanentes y que de manera gradual hemos ido comprendiendo durante el transcurso de nuestra evolución hacia el propio autoconocimiento a través del juicio racional, o lo que algunos reconocen como la ampliación de la conciencia. Es decir, empatía por el que sufre, percepción de identidades diferenciadas pero unidas en un solo espíritu, en el cual se alberga la dignidad humana.
Sin embargo, en la escena actual apreciamos una relativización de las convicciones en defensa y protección de las personas. Todo cambio paradigmático trae consigo cuestionamientos institucionales respecto a su legitimidad que afectan su funcionamiento a escala doméstica e internacional, pero en estos momentos urge un nuevo compromiso con la defensa de la persona humana.
Las consecuencias de la Guerra de Rusia contra Ucrania que cumplirá un año, el silenciado sufrimiento de los Yemeníes, el tortuoso e irresuelto conflicto territorial en Palestina que ha significado una larga ocupación militar y una evidente incapacidad de la comunidad internacional para solucionar situaciones que violentan los derechos humanos, crisis migratoria que han exhibido una generalizada renuncia a los principios de protección de los refugiados y desplazados, una ampliación de los conflictos políticos y sociales que cuestionan a las democracias liberales tanto en Estados Unidos como en latinoamericana, la evidente mayor capacidad de influencia de las organizaciones criminales trasnacionales que amenazan el estado de derecho y el alma de las naciones, la incapacidad de los Estados por acordar políticas efectivas en contra del cambio climático, entre otras manifestaciones de un cambio de época, las cuales manifiestan un lamentable relativismo respecto de los valores y principios que sostienen los regímenes internacionales y los cimientos de la república. Por ello, la confusión de la humanidad se expresa en que, por un lado, observamos la ampliación de la conciencia de millones de personas en asuntos sociales, medioambientales, culturales, mientras que, por otro, tenemos fenómenos y actos absolutamente contrarios a los principios que nos permitían aseverar el compromiso con la promoción y existencia de la humanidad sobre principios éticos.
En la actual coyuntura transicional de una época a otra, urge renovar el compromiso con la dignidad humana, y desde allí reformar y revitalizar las institucionales nacionales e internacionales.