Por Jorge Heine

Se ha anunciado que va el proyecto del cable de fibra óptica de Chile a Australia,
en un joint venture del gobierno de Chile con Google. Vivimos en la era digital,
Chile es un país finis terrae, que depende del comercio internacional y la inversión
extranjera, para lo cual la conectividad es decisiva. En un sentido, no deja de ser
una buena noticia. Pero en otro, no tanto.

El proyecto se origina en una propuesta del gobierno de Chile a China en enero de
2016, con ocasión de una visita a ese país del entonces subsecretario de
Telecomunicaciones, Pedro Huichalaf, para instalar un cable de internet de
Valparaíso a Shanghái. Ello llenaría un vacío, ya que no hay ningún cable que
conecte a Asia con Sudamérica. El tráfico electrónico entre ambas regiones se
hace vía Norteamérica, con el consiguiente costo y demora adicional. Con el cable
entre Chile y China, Chile pasaría a ser la puerta digital de Asia a Sudamérica.
China es no solo el mayor socio comercial de Chile, sino que también el de
Sudamérica en su conjunto.

Chile y China firmaron un Memorándum de Entendimiento al respecto, y luego se
realizó un estudio de pre factibilidad. Con el cambio de gobierno en Chile, el
proyecto perdió prioridad. El golpe de gracia, sin embargo, se lo dio el gobierno del
Presidente Trump. En abril de 2019 visitó Chile el secretario de Estado Mike
Pompeo y le leyó la cartilla al gobierno de Chile. El proyecto del cable a China era
inaceptable para el Tío Sam. El gobierno del Presidente Piñera agachó el moño y
canceló el proyecto. Al poco tiempo, sin embargo, para dar la impresión que algo
se haría, se anunció con bombos y platillos un proyecto de cable a Australia cuyo
propósito nunca quedó claro – Australia es un país con el cual el comercio bilateral
(y con Sudamérica) es casi inexistente. Para sorpresa de nadie, ese proyecto se
cayó hace unos meses cuando uno de los inversionistas, H4, se bajó.

Como escribí en esta columna, ese habría sido el momento de retomar el proyecto
original de Chile, concebido en forma visionaria en el gobierno de la Presidenta
Bachelet, y volver al cable de Valparaíso a Shanghái. Ello habría significado
vincularnos directamente con la segunda mayor potencia económica, nuestro
mayor socio comercial y maximizar el desarrollo del tan mentado lema, “Chile, país
digital”. Por algún insondable motivo, sin embargo, este gobierno ha insistido en el
proyecto del gobierno anterior, y en impulsar un cable con un país con el cual la
demanda por comunicación digital es casi inexistente, pero que calza con los
planes de expansión de una gran multinacional estadounidense -¡Chile
financiando a Google!- que además exige excluir a Isla de Pascua y a Juan
Fernández del trazado, algo a lo que Chile habría accedido. Para un país que se

ufana de su condición de país pionero en Asia, todo esto constituye un renuncio
de envergadura. La prensa internacional ha leído el anuncio de este proyecto en
clave geopolítica, que es la forma correcta de hacerlo.