La polarización afectó la convivencia en Chile. Es urgente construir bases de entendimiento y crear condiciones para renovar la credibilidad en la nación y en la propia democracia. Solo así se podrán superar las trincheras creadas por la polarización.

Como la peste que azotó a Macondo narrada por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, Chile se ha infectado de olvido. La enfermedad parece haber afectado a la elite política, que no puede recuperar la memoria de los tiempos de entendimiento que vivió el país en distintos momentos su historia republicana.

Incluso, la peste parece haber borrado todo recuerdo del complejo proceso de transición a la democracia. En especial, los esfuerzos de la Mesa de Diálogo, instancia que abordó las grietas políticas e intentó mitigar los dolores entre los chilenos, quienes habían sido testigos del desencuentro nacional, la violencia política y las violaciones a los derechos humanos.

Al respecto, toda evidencia indica que la polarización incubada en Chile durante la última década pareciera ser la variante de la enfermedad más contagiosa, y afecta precisamente al sistema político chileno, cuyo antídoto no ha podido ser encontrado. El virus ha conseguido crear trincheras que imposibilitan que la sensatez, el entendimiento y los acuerdos puedan generar las condiciones para erradicar la infección que carcome la legitimidad de la institucionalidad vigente. Y hasta el momento es esquiva la recuperación de la credibilidad del sistema democrático de representación popular.

Trincheras patológicas
Desde el rechazo a la propuesta constitucional del pasado 4 de septiembre, se han comprometido diferentes fechas para alcanzar un acuerdo que presente las reglas para un nuevo proceso constituyente; sin embargo, las trincheras patológicas han evitado su cumplimiento.

Las razones que han posibilitado las trincheras políticas hasta hoy son varias, pero cabe destacar el sistema electoral que nos explica un Congreso Nacional con una representación de más de veinte partidos en la actualidad. Una suma de minorías incapaces de alcanzar acuerdos.

Es decir, las condiciones ambientales que han facilitado la propagación de la enfermedad del sistema institucional chileno han sido la validación de un sistema que busca la inclusividad (ampliación de la representación hacia nuevas sensibilidades políticas) en el sistema político, por sobre la conducción y la gobernabilidad.

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Por otro lado, debemos mencionar ciertos aspectos de la posmodernidad que explican cambios en el ámbito cultural y axiológico que permiten comprender el proceso que genera la amnesia de los políticos y la imposibilidad de alcanzar acuerdos. En efecto, la crisis del sistema político y social se debe principalmente a que no consigue adaptarse a las nuevas condiciones ambientales (culturales), como son las nuevas tecnologías, la mayor demanda y escrutinio ciudadano y el agotamiento de los partidos tradicionales. Estos estaban en sintonía con las visiones del mundo del siglo pasado, por medio de ideologías que hoy sufren mutaciones relevantes. Esta cuestión explica, de paso, la ineficacia de la identificación con la díada izquierda-derecha.

En consecuencia, la institucionalidad vigente no permite procesar y responder efectivamente a las demandas de la ciudadanía empoderada. Esta cuestión crea incentivos al surgimiento de actores populistas que intentan estar en sintonía con las exigencias de la calle y sus clientes sin el uso de la razón.

Diálogo de sordos
Con estos elementos comprendemos el diálogo de sordos que hemos observado al interior de la elite política. Esta, en una primera fase, intentó una salida a la crisis institucional liderada por un grupo de constituyentes electos que se autopercibió como la vanguardia posmoderna, es decir, con lógicas alejadas de las partidarias, con agendas identitarias y una propuesta refundacional que terminó colisionando frontalmente con la gran mayoría del país en el plebiscito de salida (4 de septiembre de 2022). Hecho político que el Gobierno del presidente Boric no terminaría de comprender.

Desde entonces, las distintas y disgregadas fracciones representadas en el Congreso, más un gobierno que no renuncia a sus tesis derrotadas, han ido consolidando las trincheras en Chile. Esta cuestión, de paso, nuevamente tiende a desacoplar a la elite política de la ciudadanía. Sus agendas se van disociando del ciudadano y van consolidando la imagen pública de una montonera de políticos que no logran encauzar al país y tampoco son capaces de alcanzar importantes acuerdos para cimentar un camino de reencuentro, que facilite los entendimientos en materias de urgencia ciudadana, tales como la seguridad pública, el alto costo de la vida, además de tema de las pensiones, entre otros.

Un acuerdo que se dilata
La lógica de stateholder y/o grupos de presión —clientelares— que permiten a las distintas fuerzas políticas mantenerse en el sistema hace que la negociación no llegue a acuerdos, incumpliendo las promesas de campaña. En efecto, recordemos que todos los partidos y movimientos que estuvieron por la opción rechazo (que se impuso con un 62 % de las preferencias), menos el Partido Republicano, se comprometieron con un nuevo acuerdo constitucional, cuestión que por ahora no se ha conseguido.

El Gobierno se paraliza en su trinchera, en respaldo a una convención electa en un cien por ciento, esgrimiendo la tesis de la soberanía popular y la propia desconfianza ciudadana ante las instituciones de la República (como el Congreso). Esta posición no permite acuerdo con la oposición representada principalmente por el eje Renovación Nacional y Evópolis. Estos exigen una convención de carácter mixto (con integrantes elegidos por sufragio y expertos elegidos por el Congreso), aludiendo a una estrategia que permita efectivamente evitar los errores del proceso constitucional anterior.

Dichas lógicas se atrincheran e imposibilitan un entendimiento. Cabe mencionar el intento llevado a cabo por el presidente del partido gremialista, senador Macaya, quien buscó un acuerdo directo entre su partido (UDI) y el presidente de la República. La negociación llevada en secreto consistió en un órgano redactor cien por ciento electo (listas nacionales), pero con el requisito de alcanzar 4/7 de aprobación del texto por el Congreso antes de salir en consulta a la ciudadanía por medio de un plebiscito. Esta iniciativa finalmente colisionó con las trincheras políticas del Congreso, lo cual le significó naufragar.

No es solo procedimiento
Pasa el tiempo y el acuerdo para encauzar la salida constitucional se dilata y la ciudadanía nuevamente es testigo de la crisis de la política actual, que demuestra una y otra vez su incapacidad de alcanzar acuerdos en un sistema político que ha perdido convicciones democráticas. Por un lado, están los que atienden o argumentan en favor de los resultados del proceso, es decir, llegar a una buena Constitución legitimada por un plebiscito de salida, quitando relevancia al propio proceso o camino por reanudar las confianzas en las instituciones. Por otro, están quienes apuntan al valor del proceso y a que la responsabilidad final del texto sea de los electores (el pueblo) sin hacerse cargo de liderar o representar el bien común o bien general de la nación.

Entre estos polos se manifiesta el olvido acerca del sentido de la democracia. Este no es solamente un procedimiento de participación, sino un conjunto de valores que sustentan un régimen político libertario: el bien común de la nación; el respeto a las minorías; la consagración de las garantías constitucionales que emanan de la dignidad de las personas, restringiendo las competencias del propio Estado; el respeto a ley; la necesidad de alcanzar acuerdos y respetarlos; entre otros.

Es sabido que la democracia es el sistema político más complejo, porque demanda un alto compromiso con los idearios y valores señalados, pero hasta ahora es el sistema que mejor resguarda los principios de libertad, igualdad y creación de comunidad.

Boric y su reencuentro con la República
El presidente Boric ha manifestado un evidente cambio respecto a su valoración del pasado político de la nación, en especial, las últimas décadas de la conducción del país. ¿Será posible que ello sea el preludio para aunar voluntades por medio de un acuerdo nacional para la reforma constitucional?

Recientemente, el mandatario reivindicó la figura del presidente de la transición, don Patricio Aylwin Azocar, en la inauguración de una estatua apostada en el acceso principal a la Casa de Gobierno (La Moneda). Esta acción pudiera ser clave para comprender que se está allanando a ceder en su visión refundadora en vistas a un entendimiento nacional.

Pese a ello, aún no se disipan todas las dudas respecto a si se alcanzará o no un acuerdo para la reforma constitucional, ya que, tras la valoración que el presidente ha realizado del legado de la Concertación y su política de acuerdos, encontramos una nueva suerte de compensación que intentaría calmar las aprensiones del sector político Apruebo Dignidad (Frente Amplio y PC). Boric señaló con renovada convicción que la nueva Constitución debe ser redactada por un órgano cien por ciento electo, tesis que confronta nuevamente a la oposición e incluso a la coalición de Socialismo Democrático (PS, PPD y PR) que también forma parte del Gobierno.

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Con esta declaración la figura presidencial, al igual que el proceso constitucional, nuevamente intenta ser conductor político de su ideario más que un articulador de entendimientos entre las distintas fuerzas políticas. Así las cosas, hasta el momento se mantiene la incertidumbre respecto a la posibilidad de alcanzar un acuerdo y, con ello, la crisis institucional se dilata mientras la ciudadanía confirma que los políticos son capaces de acordar nada.

Por su parte, los integrantes de la mesa negociadora han comprometido una nueva fecha para el acuerdo constitucional, la del 9 de diciembre. ¿Será posible que estemos viviendo los últimos días de las trincheras políticas que imposibilitan un entendimiento en materia constitucional?

Chile necesita de entendimiento y de crear las condiciones para renovar la credibilidad en nuestra nación (unidad) y en el propio régimen democrático. Ello pareciera el mejor antídoto para superar las consecuencias que han significado las trincheras creadas por la polarización.