Por Jorge Heine,
Ex embajador de Chile en China
Profesor Escuela Pardee de Estudios Globales. Universidad de Boston

Después de la eufórica Convención Nacional
Demócrata en Chicago, no hay duda de que la
candidatura de Kamala Harris ha cambiado la
dinámica de la carrera presidencial estadounidense de
2024. Los demócratas tienen ahora una oportunidad
de ganar, que es más de lo que podrían haber dicho
hace unos meses. Sin embargo, dado que las
encuestas siguen mostrando una contienda muy
reñida en los siete estados clave que en definitiva
deciden el resultado, el resto del mundo debe
prepararse para lo que implicaría el regreso de Donald
Trump a la Casa Blanca.

Para empezar, Trump ha indicado que volvería a
abandonar el acuerdo climático de París y a intimidar a
los aliados europeos de Estados Unidos, tal vez
incluso llegando al extremo de intentar abandonar la
OTAN. A su vez, los surcoreanos y los japoneses no
saben qué esperar, dada la constante queja de Trump
de que no pagan la parte que les corresponde del
costo de las bases militares con tropas
estadounidenses dentro de sus fronteras.
Pero la región que se vería más afectada por otra
presidencia de Trump es América Latina. Después de

todo, los inmigrantes latinoamericanos en Estados
Unidos son el blanco político favorito de Trump, el
“otro” de sus “verdaderos estadounidenses”. Nueve
años después de anunciar su candidatura con un
discurso en el que vilipendió a los mexicanos
llamándolos “narcotraficantes, criminales y violadores”,
Trump todavía usa ese lenguaje al describir a los
inmigrantes de la región.

En su discurso en la Convención Nacional
Republicana (RNC) en Milwaukee, Trump no sólo
arremetió contra Venezuela (lo cual era previsible),
sino que también contra El Salvador, que está dirigido
por un hombre fuerte de derecha, Nayib Bukele.
Bukele , ha encarcelado al 2% de la población adulta y
se considera amigo de Trump, pero según Trump los
asesinatos han bajado en El Salvador porque está
enviando a sus criminales a Estados Unidos.
Además, muchos republicanos apoyan ahora las
propuestas de bombardear las instalaciones de los
cárteles en México para detener el flujo de fentanilo
hacia el norte. Según el candidato a vicepresidente de
Trump, JD Vance, el presidente debería tener la
autoridad para desplegar el ejército estadounidense
contra los cárteles de la droga mexicanos en territorio
mexicano.

Luego está la obsesión central de Trump, desplegada
en los letreros en la Convención Nacional Republicana
llamando a “DEPORTACIÓN MASIVA AHORA”. Ha
prometido que, si es elegido, una de sus primeras

medidas será ordenar la captura de inmigrantes
indocumentados , a ser instalados en campos de
detención en la frontera con México y luego
expulsados del país.

Aunque las estimaciones varían, el Migration Policy
Institute calcula que hay alrededor de 11 millones
de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos,
incluyendo cinco millones de mexicanos, dos millones
de centroamericanos y un millón de varios países
sudamericanos. Aunque los desafíos legales,
logísticos y organizativos de semejante tarea serían
monumentales, ello no impediría que Trump lo
intentara, especialmente ahora que la Corte Suprema
le ha otorgado inmunidad para casi todo lo que haga
en el cargo.

Si Trump comenzara a deportar a cientos de miles de
personas, las consecuencias para sus países de
origen serían profundas. Las remesas de las que
dependen tantas personas en la región llegarían a su
fin, lo que agravaría las condiciones económicas que
llevan a muchos migrantes a emigrar.  Irónicamente, El
Salvador, ese supuesto bastión de la ley y el orden,
sería uno de los países más afectados .

El comercio también se vería afectado, dadas las
tendencias proteccionistas de Trump. En el Índice de
Riesgo Trump de la Unidad de Inteligencia de The
Economist , que identifica a los países con mayores
relaciones comerciales y fuertes lazos en materia de

inmigración y seguridad con Estados Unidos, México
encabeza la lista, con 71 puntos sobre 100. Trump ha
prometido imponer un arancel del 10% a todos los
bienes importados (y un arancel del 60% a todos los
bienes importados de China), y no está claro si esto se
aplicaría incluso a los países con los que Estados
Unidos tiene acuerdos de libre comercio: Chile,
Colombia, Perú, República Dominicana y México, así
como varios países centroamericanos.

En esto Trump enfrentaría pocas restricciones, dado el
cada vez menor apoyo bipartidista a los TLC y la
despectiva respuesta de Estados Unidos a las quejas
de la Organización Mundial del Comercio en los
últimos años. Además, Robert Lighthizer, quien fuese
el representante comercial estadounidense en el
primer gobierno de Trump, y un ferviente partidario del
proteccionismo comercial, es el favorito para
convertirse en secretario del Tesoro si Trump gana.

Los países de la cuenca del Caribe son los que más
perderán con los nuevos aranceles, ya que dependen
en gran medida del comercio con Estados Unidos.
Pero América del Sur no se librará de las
repercusiones. De hecho, podría enfrentarse a un
doble revés si la reducción del comercio con Estados
Unidos va acompañada de una caída de la demanda
china de materias primas sudamericanas. En el caso
de América Latina y el Caribe, China es hoy el
principal socio comercial de la región (por un valor
de 485.000 millones de dólares en 2023) y los

elevados aranceles estadounidenses a sus productos
la obligarían a reducir la producción.

En el plano bilateral, se podría esperar la imposición
de más sanciones económicas (si es que quedan
algunas por aplicar) a lo que John Bolton, uno de los
ex asesores de seguridad nacional de Trump, identificó
como la “troika de la tiranía”: Cuba, Nicaragua y
Venezuela. Por otra parte, los aliados ideológicos de
Trump, como el presidente argentino Javier Milei,
deberían esperar invitaciones a la Casa Blanca y otras
expresiones de buena voluntad, aunque no
necesariamente granjerías como acceso preferencial
al mercado estadounidense.

América Latina sigue luchando por salir de su peor
crisis económica en 120 años. El PIB regional cayó
un 6,6% cuando estalló la pandemia en 2020, y la
región aún no se recupera. Las proyecciones indican
que el crecimiento este año será el más lento de todas
las regiones del mundo, excepto Europa, con
un 1,8% . Ahora, los latinoamericanos deben
prepararse para el terremoto político que puede venir
en 2025.