Por: Alejandro G.Calvo (Sensacine)
Vivimos tiempos raros en el cine. Entre lo digital y lo analógico, entre las
plataformas y las salas de cine. Y encontrarse con esta especie de clasicismo
brutal y ultra violento, con un actor que está en lo mejor de su carrera, hacen
que Napoleón sea una película colosal.

La espectacularidad está en la recreación de las batallas napoleónicas, las cuales
son impresionantes. A pesar de que seguramente tengan mucho de digital, estas
escenas se transmiten como si fueran puramente analógicas y hacen que tengan
un valor mucho más potente. Todo lo que hay en la película transmite mimo por el
detalle, lo que adquiere un nivel de producción al estilo de Cleopatra (1963).
Si la primera vía narrativa de la cinta de Ridley Scott se centra en las batallas, la
segunda es la más íntima: la de la tortuosa, romántica y tremendamente malsana
historia de amor entre Napoleón y Josefina (Vanessa Kirby). El director busca ese
equilibrio que ya trabajó Stanley Kubrick en Barry Lyndon (1975). Conocemos al
protagonista a través de su deseo irrefrenable por su esposa, mientras después va
a conquistar territorios y a matar a miles de personas.
El trabajo de Joaquin Phoenix es meritorio y es tan responsable de la calidad de la
película como lo es Ridley Scott. Phoenix ha construido un Napoleón que se aleja
del rigor histórico, pero le da una empatía de la que seguramente carecía el militar.
El actor aporta ese punto de marginado y extravagante, que se nota sobre todo en
sus escenas con Josefina.