Por Jorge Varela
Los chilenos acaban de pronunciarse en contra de la propuesta de Constitución elaborada por un Consejo conformado mayoritariamente por sectores de derecha republicana tradicional, de derecha liberal y de centroderecha, después que el 4 de septiembre de 2022 fuera rechazado con estruendo, un texto estrafalario anterior que perseguía imponer una fórmula refundacional de naturaleza socialista, indigenista e identitaria demasiado lejana de lo que ha sido y es la estructura institucional histórica del país austral.
Ha sido un proceso largo, -cansador-, que ha devenido en un parto complejo y doloroso para sus progenitores y para la familia cercana que esperaba con ansias a la nueva creatura jurídica. Ni los dolores ni las esperanzas, fueron suficientes para que esta propuesta de norma fundamental viera la luz y comenzara su vida. Ha primado el agotamiento ciudadano de 4 años de espera y la objeción de algunos tíos y parientes que nunca simpatizaron con la madre de la nonata y expresaron su molestia votando en contra.
Había demasiados partidarios y comadronas favorables al control de natalidad y a la aplicación de políticas abortistas, haciendo turnos para impedir que ella naciera viva, de forma que dicho proyecto de Constitución ‘nonata’ terminó encajando con esta visión antinatalista de corta distancia.Fracaso compartido
Este fracaso es de toda la casta política, para utilizar la terminología de Javier Milei. Nadie se salva de esta debacle. Según el cientista Patricio Navia, el hecho que los ciudadanos estén nuevamente descontentos con la clase política es una advertencia de que el país no está libre de las amenazas del populismo. “Los candidatos antisistema que busquen apoyo con un discurso contra la clase política encontrarán terreno fértil en una ciudadanía que todavía siente que sus problemas inmediatos no han sido solucionados y que, además, desconfía más que nunca de la clase política tradicional. (“Qué viene después del fracaso de la clase política”, “El Líbero”, 12 de diciembre de 2023)
El panorama no se ve tranquilo. Ya se divisa en el horizonte un período electoral prolongado, cuyas fechas están establecidas: 27 octubre de 2024 para elegir alcaldes, concejales y gobernadores regionales y 23 de noviembre de 2025 para Presidente y parlamentarios. De ser necesaria una eventual segunda vuelta ella debiera tener lugar el 21 de diciembre de 2025.Retornarán las amenazas
Al mantenerse vigente la Carta Fundamental originada en 1980 y sus numerosas modificaciones, la disputa volverá a centrarse en la redacción de un cuerpo constitucional que porte genes colectivos de izquierda para que ojalá todos escriban con la mano zurda y no transiten por el lado derecho. La idea es que la siniestra domine a la diestra. En algunas maternidades ideológicas (léase recintos académicos y centros de estudio) ya se están preparando para que hasta los bebés antes que emitan su primer llanto, -incluso antes de recibir sus vacunas-, escuchen nuevamente esa consigna necia repetida como mantra: ¡Chile será la tumba del neoliberalismo!
Junto al regreso de los eslóganes resurgirán amenazas y bravatas, tales como: ‘habrá otro estallido social’ u ‘otro Chile es posible, por la razón o la fuerza’; incluso la violencia callejera seguirá su curso. Es decir, persistirá intacta esa agenda profética del leninismo chileno que no pierde oportunidad para pautar y chantajear con presagios apocalípticos a sectores políticos y económicos de derecha y al centro temeroso y casi escuálido.Una tercera fase constituyente
¿Habrá más vida constituyente tras el resultado del domingo 17?
José Joaquín Brunner, sociólogo y referente intelectual de los habitantes de Palacio, ha escrito que la frase “aquí se cierra definitivamente el proceso” no pasa de ser un juego de palabras, una invención. (“El plebiscito y la encrucijada de las ideologías”, El Líbero, 13 de diciembre de 2023)
En la atmósfera flota un mal presentimiento: aquellos sepultureros de oficio que decían estar en contra y prometían no insistir en un tercer intento, no descansarán hasta echar abajo la Constitución de 1980.
A Brunner le preocupa el destino de lo que él denomina la ‘comunidad imaginada’, -no imaginaria-, una suerte de gran familia extendida. Lamentablemente lo que hoy se ve es una comunidad falsa que no puede ser calificada de unidad común. Lo que existe es una comunidad fracturada.