La reciente partida de Sebastián Piñera ha sacudido el panorama político y
emocional de Chile, generando un espacio para el debate y la reflexión sobre el
legado dejado y el rumbo actual del país bajo la administración de Gabriel Boric.
La transición de Piñera a Boric simboliza no solo un cambio de liderazgo, sino una
transformación profunda en la naturaleza del mismo, evidenciando una brecha
cada vez mayor entre un pasado reciente y un friccionado presente.

Piñera, con su audacia política, enfrentó desafíos sin precedentes, desde la
reconstrucción post terremoto, el rescate de los 33 mineros hasta la encrucijada
que determinó el llamado estallido social, demostrando una capacidad de gestión
que marcó su mandato como una época de acción decisiva y resultados tangibles.
Su actuación durante la pandemia del COVID-19, caracterizada por medidas
proactivas, decisivas y poco populares, para algunos, se destaca como un ejemplo
de dirección en momentos de crisis.
La implementación de políticas como el Posnatal de seis meses, la Pensión
Garantizada Universal, la expansión de los Liceos Bicentenario y el impulso a la
portabilidad financiera, entre muchos e incontables ejemplos, reflejan un esfuerzo
de sus dos gobiernos por avanzar en temas cruciales para el bienestar de los
chilenos y chilenas.
Y, recientemente, demostrando una grandeza y generosidad inquebrantable,
enfocándose en abrir el diálogo y buscar soluciones para dar respuesta a muchos
chilenos frente a los devastadores efectos generados por los incendios en la
Región de Valparaíso. Un acto que denota una dedicación que, sin quererlo, nos
lleva a resaltar el nivel de desconexión y falta de empatía de la administración del
actual habitante de La Moneda. Contrastando con la proactividad de Piñera, la
administración de Boric ha sido percibida, por muchos y me incluyo, como un
período de inacción y desorientación, donde la falta de respuestas efectivas y una
política titubeante solo han generado una sensación de vulnerabilidad.
Este contraste, entre Piñera y Boric, ilustra no solo un cambio de guardia, sino una
profunda y evidente crisis de liderazgo. Piñera, hasta sus últimos días, demostró
un compromiso inquebrantable con el país, buscando aportar frente a los desafíos
inmediatos, mientras que la administración del actual presidente ha evidenciado
una desconexión con las urgencias nacionales y una falta de empatía hacia todos
los chilenos.
La partida de Piñera ha dejado un vacío que refleja la nostalgia por un caudillo que
supo enfrentar las adversidades con determinación y, al mismo tiempo, plantea
serias preguntas sobre la capacidad de la actual administración para liderar Chile
en tiempos adversos. Por ello, este momento debe servir como un punto de
quiebre y cuestionamiento sobre el tipo de dirección que Chile y los chilenos
necesitamos.
La situación actual demanda una dirección efectiva, una que sea capaz de unir,
anticiparse y construir consensos en una sociedad fragmentada. La tarea es
monumental y requiere un esfuerzo colectivo, crítico pero constructivo, que aspire
a un futuro donde la confianza y el liderazgo, que requerimos, sean restaurados.
“Piñera y Boric: Del liderazgo al vacío” es más que un título; es una evaluación
crítica y sincera de la realidad política de Chile, un país en búsqueda de un
liderazgo que no solo responda a las urgencias del momento, sino que también
proyecte una visión inclusiva y equitativa. La transición de un mandato activo y
resolutivo a uno marcado por la incertidumbre y la pasividad no es algo que deba
quedar en lo anecdótico e inmovilizarnos, por el contrario, debe ser un llamado a
la reflexión sobre qué dirección debe tomar nuestra querida patria para recuperar
el impulso y la confianza perdidos.
En este contexto, la pregunta central es cómo se puede llenar este vacío para
encaminar nuevamente al país hacia un futuro prometedor. De nosotros depende.