Por Jorge Varela
Analista Politico

Los chilenos han definido en una primera vuelta electoral quienes serán
finalmente los dos postulantes a la presidencia del país austral, entre los
cuales tendrán que decidir el próximo 14 de diciembre. Se trata de la
militante comunista Jeannette Jara y del republicano José Antonio Kast. La
primera representa al oficialismo de izquierda instalado en La Moneda que
cobija a los partidos Comunista, Frente Amplio, Socialista, Por la
Democracia, Radical, Acción Humanista, Federación Regionalista Verde
Social, Liberal; y al acompañante centrista Demócrata Cristiano. El
segundo concitará -según se espera- el apoyo de los opositores de
derecha clásica-tradicional (Partidos Renovación Nacional, Demócrata
Independiente); nueva derecha (Partidos Republicano, Social Cristiano,
Nacional Libertario, más Evópoli); y eventualmente de centro-derecha
(Partidos Demócratas y Amarillos por Chile).
Este primer veredicto que fuera anticipado por las encuestadoras, será
objeto de un segundo pronunciamiento ciudadano el próximo 14 de
diciembre. En el curso de las siguientes semanas analistas y dirigentes de
todos los sectores del espectro continuarán tejiendo interpretaciones
acerca de las primeras secuelas de lo ocurrido y haciendo apuestas sobre
lo que vendrá durante el período de repechaje. Avancemos algo.

El legado imaginario de la izquierda

Hablar de Izquierdas yacentes o en reposo, no es lo mismo que decir que
están muertas, descansando para siempre en el panteón del olvido. Un
conocido político socialista -ex ministro concertacionista- preguntó hace
pocos días, qué era lo que ellos habían hecho mal. (Carlos Ominami, “La
Tercera”, 7 de diciembre de 2025) Si no fuera porque es necesario guardar
algo de moderación y cordura -hasta donde es posible-, la respuesta a su
ingenuidad debiera ser fuerte y contundente. ¿Qué hicieron mal?: casi
todo; antes y durante.
El país ha soportado un gobierno de izquierda radicalizada conducido por
un grupo de inexpertos delirantes. Los escándalos acerca del mal manejo
de los asuntos públicos entreverados con casos de corrupción, han sido la
marca distintiva de una generación joven que accedió al poder en un clima
de polarización política y social al que sus queridos ascendientes
contribuyeron; atmósfera que aún no se ha disipado.
El político de la referencia parece haber olvidado que aún pertenece a
aquella elite concertacionista que apadrinó a sobrinos y nietos engreídos
surgidos desde la placidez de hogares sin carencias económicas,
egresados de establecimientos corroídos por una visión post-marxista
proveniente de raíces ideológicas en descomposición.
La indolencia, -para no utilizar el término inconsciencia-, es de tal magnitud
que estas ‘inocentes criaturitas’ del oficialismo incluso hablan debatido
sobre el ‘legado’ que dejarían a una ciudadanía cansada del fracaso de
Gabriel Boric, a pesar de los últimos esfuerzos de este colectivo de tíos y
abuelos para eludir tanto descalabro conjunto.

La vieja estantería de derecha ha caído

En el otro lado del campo político -el de las tres derechas- los efectos
tampoco han sido mínimos. El futuro de la derecha histórica chilena se
encuentra en zona de suspenso. Durante el curso de los últimos meses se
anticipó por algunos comentaristas el descendente nivel de apoyo
ciudadano que lograrían sus candidatos al parlamento y a la Presidencia
de la República. No es la primera vez que su vieja estantería -casi vacía de
ideas- tambalea y una parte de ella ha caído nuevamente con estrépito. Si
ello fuere definitivo, no solo la izquierda tradicional -que sufre de
dificultades parecidas- se regocijará; también la derecha republicana y la
nacionalista emergente que han escalado posiciones a costa del
anquilosamiento de dicho sector histórico aledaño: un sector -con escaso
espesor y poder de seducción- comprometido con intereses que intentaron
colocar escollos al nacimiento de energías políticas nacientes y que no ha
podido entender plenamente lo que se jugaba y continuará jugándose en
un mes más.
La candidata Matthei se equivocó al designar a sus jefes de campaña;
incluso sus decisiones estratégicas mostraron indicios claros de que allí no
existían pilares para fundar un proyecto de avance real hacia el futuro.
Nunca debió mostrarse en modo odioso y proyectarse como la
encarnación de ese personaje altanero que le dice a los electores: yo o la
hecatombe, nadie mejor que yo, nadie sino yo. Su último discurso de
campaña es para registrarlo como aquel modelo de antidiscurso que
precipita la estampida de inocentes desconocidos que terminan por
sentirse culpables de haber sido testigos de tanto exceso de espíritu
desnudo.
Ella debió presentir que con los mismos actores fomes y aburridos de
siempre la democracia se pone lenta, -torpe-, y no entusiasma a los
ciudadanos. Como ex-integrante de la famosa patrulla juvenil de antaño no
advirtió que “el tiempo pasa y él nunca perdona”. “Hace estragos en mi
gente como en mi persona”. “El tiempo es malo y muy cruel amigo”. (parte
de la letra de un tema del compositor y cantante mexicano Juan Gabriel)

De regreso a lo conservador

A través de la bruma se divisa un horizonte distinto. ¿Será lo conservador
ese pasadizo olvidado y semioculto -rechazado por fanáticos de la
revolución radical pintarrajeada de falso progreso identitario y por liberales
temblorosos-, el que permitirá arribar a una fórmula singular de resolver las
contradicciones y conflictos del tiempo próximo? La respuesta a esta
cuestión se puede descifrar desde el ámbito doctrinario-valórico y también
desde la perspectiva pragmática que inspirará y orientará el ejercicio de la
acción política concreta en una determinada coyuntura histórica, como la
que advendrá.
El impulso de una alternativa humanista racional -de derecha- fundada en
el bien común, dispuesta a trabajar con voluntad y equilibrio en la
aplicación eficaz de políticas y medidas oportunas que signifiquen la
instauración de una fórmula inteligente -insólita- de buen gobierno nacional
y de rectitud ética, podría avanzar por laberintos complejos donde muchos
se han perdido y fracasado, convirtiendo -por fin- la esperanza social en
realidad.