En una edición anterior de elcordillerano.cl informamos que
Policy Press, una editorial británica publicaría una nueva edición
del libro de Jorge Heine, Carlos fortín y Carlos Ominami sobre
el No Alineamiento Activo.
A raíz de lo anterior, Project Syndicate, una agencia
internacional de editores, prensa y asociación de periódicos,
hizo una entrevista a Jorge Heine, que por lo interesante de los
planteos formulados, hemos estimado reproducirla, con
autorización de su autor.
Jorge Heine, PhD es Profesor de Relaciones Internacionales de
la Escuela Pardee de Estudios Globales de la Universidad de
Boston
Proyect Syndicate: El año pasado, usted advirtió que América
Latina sería la región más afectada por una segunda
presidencia de Donald Trump. ¿Qué deben hacer los gobiernos
latinoamericanos para enfrentar las políticas de Trump en la
economía regional y global y, en términos más generales, para
dejar atrás de una vez la mayor recesión económica que la
región ha enfrentado en 120 años?
Jorge Heine: Las acciones de Trump –incluidas las
deportaciones masivas, los aranceles impredecibles y la
amenaza de “retomar” el Canal de Panamá por parte de
Estados Unidos– plantean desafíos monumentales para
América Latina.
La forma en que los líderes abordan estos desafíos es clave.
Comparemos la respuesta mesurada pero firme de la presidenta
mexicana, Claudia Sheinbaum, a los aranceles de Trump con la
capitulación del presidente panameño, José Raúl Mulino, ante
las exigencias de Trump, incluyendo la aceptación de vuelos de
deportación con nacionales de otros países y medidas para
limitar la presencia de China en Panamá.
Dicho eso, América Latina estaría mejor posicionada si pudiese
coordinar una respuesta colectiva. La región sigue
profundamente fragmentada, como lo demuestra la cancelación
de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) en enero. Sin embargo, la elección de
Albert Ramdin este mes como secretario general de la
Organización de los Estados Americanos (OEA) abre la
esperanza de una cierta coordinación regional, aunque ello aún
está por verse.
En términos más generales, el proteccionismo y la coerción
económica de Estados Unidos subrayan la necesidad de que
América Latina siga apoyando el multilateralismo, diversifique
sus vínculos comerciales y de inversión y adopte una política
exterior basada en el No Alineamiento Activo (NAA).
PS: Una prioridad absoluta para Ramdin —su candidato
predilecto en las elecciones de la OEA— debería ser
«restablecer la moral interna y abordar eficazmente todos los
desafíos que plantea una administración estadounidense
abiertamente hostil al multilateralismo». ¿Qué medidas deberían
encabezar su agenda?
JH: Estos últimos años no han sido buenos para la OEA. Ello es
una lástima, ya que la organización —una de las instituciones
panamericanas más antiguas y consolidadas— ha
desempeñado, en ocasiones, un papel importante en las
relaciones interamericanas. Garantizar que pueda volver a
hacerlo en la era Trump requerirá que Ramdin enfrente al
menos tres desafíos clave.
El primero es presupuestario: la suspensión del financiamiento
estadounidense para actividades específicas por parte de la
administración Trump, sumada a la negativa de otros Estados
miembros a aumentar sus cuotas, ha sometido a la OEA,
crónicamente subfinanciada, a una intensa presión que Ramdin
tendrá que encontrar la manera de resolver. Esto dificultará aún
más la superación del segundo desafío: recuperar la moral del
personal, que se encuentra en un punto muy bajo.
Finalmente, y fundamentalmente, la OEA debe reconectar con
su propósito original. Para ello, debe poner la mirada en Haití,
que enfrenta una crisis humanitaria y de seguridad catastrófica.
La OEA ejercio un liderazgo considerable en crisis pasadas en
Haití y debería hacer lo mismo hoy.
PS: Como usted señala, el regreso de Trump a la Casa Blanca
parece confirmar la validez del No Alineamiento Activo (NAA)
como doctrina. Resistir la presión de “tomar partido en
conflictos entre grandes potencias” es presumiblemente más
fácil para países grandes como Brasil que para sus contrapartes
más pequeñas. ¿Cómo sería una política exterior de NAA en los
países latinoamericanos más pequeños?
JH: El NAA surgió durante la primera presidencia de Trump,
cuando Estados Unidos y China presionaron a los países
latinoamericanos para que siguieran sus respectivas líneas.
Apenas dos meses después del inicio de la segunda presidencia
de Trump, la validez del NAA ha sido ratificado.
La creencia de que el NAA solo sirve para los países grandes es
generalizada. Pero si bien un país pequeño puede tener menos
influencia en las negociaciones con superpotencias que uno
grande, eso no significa que no pueda aplicar el NAA. El NAA no
constituye un programa político ni una ideología, sino que una
guía para la acción, una brújula para guiar la política exterior de
cualquier país, grande o pequeño. De muestra, un botón: fue el
gobierno de Honduras, un país de tan solo diez millones de
habitantes, el que en enero de este año amenazó con expulsar
a las tropas estadounidenses de la base aérea de Soto Cano
ante la posibilidad de deportaciones masivas por parte de
Estados Unidos.
Los gobiernos conservadores de Ecuador y Uruguay —dos
países relativamente pequeños— también han aplicado el NAA.
Ecuador negoció un acuerdo de libre comercio con China
cuando Estados Unidos se negó a hacerlo, y Uruguay se hizo
miembro del Nuevo Banco del Desarrollo —conocido como el
“banco BRICS”—, con sede en Shanghái. Estos ejemplos
ilustran los que constituye el meollo del ANA: el aprovechar las
oportunidades que genera la competencia
entre grandes potencias, caso por caso, en lugar de tomar
partido por una de ellas sine die.
POR CIERTO . . .
PS: En un momento en que Estados Unidos está utilizando el
dólar como arma para fines geopolíticos, usted aboga por el
pluralismo monetario. En su nuevo libro THE NON-ALIGNED
WORLD: STRIKING OUT IN AN ERA OF GREAT POWER
COMPETITION, usted y sus coautores, Carlos Fortín y Carlos
Ominami, abogan por la creación de un sistema más
diversificado, en el que las monedas de otras economías
relevantes también desempeñen un papel. ¿Cómo sería dicho
sistema, en términos de composición y gobernanza?
JH: El dominio indiscutible del dólar estadounidense fue parte
de la arquitectura financiera internacional posterior a la Segunda
Guerra Mundial. Pero a medida que el papel económico global
de Estados Unidos ha disminuido —EE. UU. representa ahora
menos del 15 % del comercio mundial—, este dominio no
responde a la realidad de hoy. Con la administración Trump
adoptando el proteccionismo y utilizando el dólar como arma, y
con la creciente división entre EE. UU. y Europa en materia de
política comercial y de inversión, el sistema basado en el dólar
se ha vuelto completamente disfuncional.
Por eso, abogo por un sistema más equilibrado y pluralista, en el
que otras monedas, en particular el euro y el renminbi,
desempeñen un papel más significativo, tanto como medios de
pago como en las reservas de divisas de los países. Si Europa y
China se lo proponen, podrían establecer un sistema que refleje
las realidades del siglo XXI.
PS: Usted señala que el No Alineamiento Activo se basa en
organismos más pequeños pero más eficaces como los BRICS,
en lugar de instituciones grandes y complejas como las
Naciones Unidas. ¿Pueden estos organismos realmente
reemplazar el multilateralismo mas amplio en la lucha contra el
cambio climático, y cómo podrían impulsar el progreso en este
ámbito?
JH: Sostenemos que el NAA es la respuesta adecuada para los
países del Sur Global, que enfrentan los dilemas que plantea la
competencia entre grandes potencias en el mundo actual. Sin
embargo, China y Rusia, miembros líderes de los BRICS, son
grandes potencias y no forman parte del Sur Global. Si bien no
se puede afirmar que el grupo BRICS represente únicamente al
Sur Global, si considera y promueve los intereses de las
economías en desarrollo mucho más que, por ejemplo, el G7.
En breve, si bien los BRICS no son del Sur Global, están a favor
de él.
Grupos informales como los BRICS no pueden reemplazar el
multilateralismo más amplio ni a las entidades que lo
representan, como la ONU. En cambio, forman parte de lo que
el politólogo Andrew F. Cooper ha denominado “el impulso de
concertación en la política mundial”, en el que entidades menos
estructuradas (el G20 es otro ejemplo) facilitan la acción
colectiva en instancias en que entidades más rígidas (como la
ONU) no pueden. Está por verse si estos grupos podrán
canalizar esa energía hacia la lucha contra el cambio climático,
especialmente ahora que Estados Unidos ha abandonado una
vez más el Acuerdo de París.
PD: En un momento en que la relación transatlántica se fractura,
Europa está replanteando sus estrategias comerciales,
diplomáticas, energéticas y de seguridad. ¿Cómo deberían
responder a este proceso los países que se niegan a elegir
entre Estados Unidos y China?
JH: Al igual que NAA, el concepto de “autonomía estratégica”
europea tomo vuelo durante el primer gobierno de Trump, con el
presidente francés, Emmanuel Macron, y Josep Borrell, Alto
Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de
Seguridad, fungiendo de promotores clave. Desde el regreso de
Trump a la Casa Blanca —que fracturado la alianza
transatlántica y cuestionado la idea misma de “Occidente”—,
incluso países que inicialmente vieron con escepticismo el
resurgimiento del concepto, como Alemania y el Reino Unido, lo
han adoptado. El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, ya
está preparando medidas para llevarlo a la práctica.
La autonomía estratégica otorga a Europa mayor margen de
maniobra para desarrollar una especie de NAA propio. Europa
ya admite que imitar mecánicamente la postura instintivamente
anti-China de Estados Unidos es algo anacrónico en momentos
en que ya no puede contar con la garantía de seguridad
estadounidense. Para las economías en desarrollo, esto abre
nuevas vías de colaboración con Europa, sin las amplias
“lealtades” que se exigían en el pasado.








