La invasión a Iraq el 2001 constituía las antípodas al escenario de la Tercera
Guerra Mundial, cuyo fin e inicio era claramente establecer un dique de contención
entre Siria e Irán con el objeto de obstaculizar los soportes de ayuda del país
persa al régimen de Bashar al Assad ante una arremetida de fuerzas occidentales
sobre Siria.

Dicha idea inicial fue siendo reemplaza por la fuerza de los hechos a raíz de la
fragmentación de la resistencia iraquí que hizo cada vez más compleja la estadía
de las tropas estadounidenses en el país mesopotámico. Por una parte, la
herencia ideológica y material del salafismo baazista del régimen de Saddam
Husein bajo el mantenimiento de las rutas de contrabando de petróleo hacia
Turquía permitieron el surgimiento del “Ejército de Iraq y el Levante”, conocido
como “Daesh” o en su singla en inglés “ISIS”. El ISIS fue considerado en su inicio
por occidente como una alternativa para combatir a Hezbollah y al régimen sirio,
sin embargo, el sustrato fundamentalista de su acción militar, lo fue constituyendo
como amenaza a la estabilidad regional y global.

Las acciones militares y terroristas de ISIS contra la población chiita, cristiana e
incluso sunita que no se plegaba a su lucha hizo crear conciencia de que el
monstruo de que se había creado, al igual que Al-Qaeda con el Plan Ciclón en
Afganistán, se hacía incontrolable. Estados Unidos había tropezado nuevamente
con la misma piedra. En Iraq, en ese sentido, las acciones de las milicias
populares chiitas se fueron constituyendo como un bastión de la resistencia
humanitaria militar contra el ISIS con el gradual apoyo de las fuerzas Quds iraníes
del General Soleimani.

El ingreso del ISIS a territorio sirio intensifica el conflicto de dicho país, que
además de la diversidad de agrupaciones milicianas que ya configuraba la lucha
contra el régimen sirio, convierte a Siria en el inicio de lo que se llamó en su
momento “La Nueva Guerra Fría” o bien “La nueva tercera guerra Mundial, pero
indirecta” dada la participación de países y potencias en favor de uno u otro lado.
En un principio del conflicto, la población kurda al norte de Siria no intervenía
militarmente, sólo lo hizo cuando los avances del ISIS empezaron a afectar a la
población kurda, lo que llevo a la resistencia militar de dicho grupo étnico,
aliándose posteriormente con otras agrupaciones militares siriacas y sunitas,
logrando prácticamente el control total del norte de Siria, lo que se aprecia como
una grave amenaza por Turquía, la que invade militarmente el norte de Siria,
cuyas tropas fueron acompañadas por grupos islamistas.

Por el lado del régimen sirio, Hezbollah, milicias chiitas afganas y paquistaníes
entre otras ayudaron a derrotar al ISIS y milicias similares, sin embargo, cabe
señalar que la acción militar rusa contra toda la logística del ISIS fue clase en la
derrota de la organización yihadista.

Este conflicto en el medio oriente fue el adobo para lo que ya se venía preparando
Ucrania desde el 2014, donde la revuelta del “Maidan” derrumba al gobierno
ucraniano e se instala un régimen pro OTAN en el país, generando el conflicto en
las regiones del este de Ucrania de “Donetsk” y “Lugansk”. Cabe recordar que la
revolución naranja en Ucrania el 2004 ya tuvo su foco de resistencia en la misma
zona o cercana.

Desde la revuelta del Maidan en adelante, las políticas antirusas desplegadas por
el nuevo régimen ucraniano agravaron la situación. En todo este contexto, el
conflicto armado que se generó en Donetsk y Lugansk que se pretendió resolver
con el acuerdo de Minsk, nunca tuvo real solución. Aún más, la ex canciller
alemana Angela Merkel reconoció que su sólo para ganar tiempo.
En todo este periodo, Rusia anexa a Crimea antigua provincia rusa que había sido
cedida a Ucrania por el gobierno soviético de Nikita Krushev en la década de los
50. El gobierno ruso para unir Crimen con Rusia construye un puente, lo que
reflejaría la intención de Rusia de no intervenir en Ucrania. La pregunta que surge
entonces, ¿por qué la guerra en Ucrania?

A inicios de los 90 cuando se derrumba la Unión Soviética, el gobierno de George
Bush padre promete de palabra a Michail Gorbachov que la OTAN no se
expandirá al Este d Europa, sin embargo, igual se extiende. El sentimiento de
humillación en Rusia tenía el espíritu “noreuroasiático” en el suelo, sobre todo
cuando el gobierno de Yeltsin aceptaba en general muchas de las exigencias
occidentales. La salida repentina de Yeltsin y la llegada de Putin, hombre de la
inteligencia soviética y rusa, representaría un párele a la acción occidental. No
obstante, el discurso de Vladimir Putin en el “Bundestag” alemán empieza con la
frase “Se acabó la guerra fría”. Esta frase de Putin no es mero marketing político,
sino que en el mundo político ruso se tiene conciencia de la existencia de una
desconfianza y miedo hacia Rusia, pero Putin de algún modo intentaba demostrar
a inicios de los 2000 un cambio de paradigma geopolítico. El problema yacía que,
para occidente, en especial para Estados Unidos ese cambio de paradigma no era
posible aceptar. Por diversas razones. Una de ellas es la tesis del dominio sobre la
“Euroasia” desde el gobierno de Carter que aún persiste en la geopolítica
norteamericana. Otras razones son las que se derivan de allí que están
relacionados con los intereses del complejo militar industrial, agendas políticas e
ideológicas de grupos trasnacionales y del Estado profundo.

El único intento de salirse de esa línea política fue la administración Trump que se
orientó a disputarle la hegemonía mundial a China, sacrificando el statu quo en
medio oriente. Sin embargo, la política de Trump no estaba alineada con los
intereses antes expuesto, lo que se hizo difícil sostener, siendo finalmente
extirpado de la administración del gobierno norteamericano. Y aquí viene el
problema, la llegada de los demócratas al poder a través de Biden, restituye la
línea geopolítica de la administración Carter, cuyo mentor fue Zbigniew Brzezinski,
Asesor de Seguridad nacional entre 1977 y 1981.

La tesis “Brzezinski” de dominar Eurasia se intensifica, contradiciendo los consejos
de varios analistas estadounidenses como Henry Kissinger, quienes sostenía que
expandir la OTAN a Ucrania significaría la respuesta militar de Rusia por tratarse
de un espacio histórico espiritual de Rusia. Aún más, estos analistas
norteamericanos sostenían que la insistencia en la expansión de la OTAN al este,
atosigando a Rusia, significaría el retroceso democrático del país, obligando a un
rediseño autoritario de la potencia noreuroasiática a modo de mecanismo de
seguridad nacional.

La insistencia de la elite política norteamericana en la guerra en Ucrania, en
desmedro de los Consejos de altos Oficiales de EE.UU., de no proseguir en lo
mismo, responde ya a una línea política-ideológica denominada “Liberal-
globalismo” caracterizada por imponer un régimen supraestatal bajo lineamientos
ideológicos alejados de la cultura tradicional cristiana e islámica. Por lo tanto,
Rusia y Vladimir Putin se instalan como los defensores del Estado-Nación y
defensores de las culturas tradicionales.

Finalmente, el intento de la OTAN de seguir enviando armas a Ucrania,
sacrificando a Europa, sólo pone más fuego a una situación que quema por dentro
a los propios aliados de EE.UU., ya que Rusia no tiene en sus planes destruir el
corazón de la Rus de Kiev, por lo que se mantendrá en una guerra de desgaste
hasta que la misma Europa decida hacerle un párele a la propia OTAN y EE.UU.
Así, la paciencia de Putin se aprecia a toda prueba para no escalar el conflicto.
Por consiguiente, esbozo la hipótesis de que para Rusia el desgaste es la mejor
arma para volcar a la población europea contra la OTAN y EE.UU.