Carlos Peña, es un lúcido abogado, destacado columnista, y actual Rector de la Universidad Diego Portales. Fue uno de los pocos analistas que se atrevió a plantear una tesis sobre el estallido social (revuelta le llaman los comunistas) que sacudió al país hace tres años. En una entrevista de prensa, formulada por un importante medio de la capital, y que por su importancia reproducimos, Carlos Peña señaló: “Estamos en presencia de una gran irresponsabilidad. Boric debiera ser capaz de decir “me equivoqué”, él cree que todo se arregla con excusas”. Según Peña “el estallido hipnotizó la razón y el mundo intelectual ha sido una pura vergüenza”.
Según el Rector, una mezcla de una juventud sin reglas de convivencia, un cambio en lo que Marx llamó las condiciones materiales de la existencia producto de la modernización capitalista, que desembocaban en una frustración. Una frustración, también, de los grupos medios que vieron cómo aun poniendo sus mejores méritos y esfuerzo no lograron aquello que el desarrollo les prometía que iban a alcanzar. Y estallaron. El Rector Peña, también, desde un inicio, señaló que una nueva Constitución, aun siendo necesaria, no resolvería ese problema. Y agregó, que “el mundo intelectual prefirió plegarse al fervor de la idea del Chile desigual, en lugar de buscar las razones profundas que expliquen lo que aquí ocurrió. Que aquí, el miedo a la funa, al no agradar, nublaron el campo de la reflexión. Y hoy, a tres años, todavía no se recupera del todo”. Señaló Carlos Peña: “Lo que ocurrió en octubre estuvo precedido por un evidente simplismo intelectual a la hora de comprender la vida social. Recordemos que durante muchos años todos los problemas de la sociedad se resumían en la cuestión del lucro. Y más tarde, eso mismo fue sustituido por la cuestión de la desigualdad. Y todo esto acompañado de una especie de beatería juvenil, con la idea absurda de que los jóvenes eran una especie de depósito de virtud, de ideales puros. Y esta mezcla, creo yo, condujo, entre otras cosas más profundas, a lo de octubre. Esto acabó convenciendo prácticamente a todos, que se dejaron anestesiar por este entusiasmo: la violencia no era violencia, era desobediencia civil. Las marchas y los actos de destrozo no eran marchas violentas tampoco, era un acto pacífico, sólo alterado en parte por personas que se infiltraron. Creo que es una mezcla de hipnosis y de adormecimiento intelectual con cobardía. Las élites intelectuales, allí donde las hay, brillaron por su ausencia”.