Por Rodolfo Marcone Lo Presti
Carlos Villarroel Contreras
Roberto Mayorga-Lorca

Navidad recuerda el nacimiento de Jesús, sin perjuicio de que muchos que la celebran no lo tengan presente. Un conmovedor video que circula profusamente muestra a una joven que está de compras en el mall. Sorpresivamente, un niño la jala del chaleco y le pregunta: ¿dónde está la fila para ver a Jesús?

La joven desconcertada no sabe que responder, medita, y cuando mira al niñito, él ya no está, ha desaparecido, dejándola sumida en un sentimiento indescriptible.
Y, ciertamente, cada diciembre miles de personas festejan navidad muchas veces olvidando su real significado.
No obstante, dos semanas antes de Navidad, en señal de un renacimiento de la fe, un millón y medio de peregrinos caminan kilómetros en procesión entre Santiago y Valparaíso para venerar en Lo Vásquez a la madre de Jesús.
Jesús nace en Galilea en una fría noche de invierno, en soledad y abandono; nace como muchos que, en nuestros tiempos, sufren penurias materiales y, otros tantos, pobreza espiritual.
Nace en un pesebre rodeado de animales dándonos así la primera muestra preclara de su anonadamiento redentor.
El milagro de ese Jesús pobre, excluido, en medio de animales, está en su presencia y proyección en todos los lares de la tierra.
Su mundo es bajo el dominio de Roma y de la cultura Helénica, ambas, de fuertes vínculos con dioses de poderosa contextura, enfrascados en luchas mitológicas, heroicos e invencibles.
La aparición del humilde niño de Belén rompe el poderío de esos dioses.
La pregunta para nosotros es ¿qué ha de romper Jesús hoy, en los inciertos trances porque atraviesa el devenir humano? En que la ciencia no es capaz de detener los amenazantes colapsos ecológicos que se anuncian; en que guerras inhumanas dan cuenta de la muerte de miles de niños, anónimos, humillados y perseguidos como Jesús ante la indiferencia e indolencia de gran parte del orbe; en que una cultura de la muerte, la violencia y la criminalidad ha enfermado gravemente a las naciones del mundo.
Por cierto, Jesús nos compele a fortalecernos en la fe, a profundizar los valores del espíritu, a romper la tormentosa codicia por el dinero, la penosa mercantilización y corrupción de las personas, los individualismos y materialismos desatados, los Estados opresivos y dictatoriales, las tecnologías deshumanizadas y destructivas. Cada quién saque sus propias conclusiones.
Jesús con su humanidad frágil nos muestra la infinita posibilidad de la vida, nos quiere decir que el hecho de nacer es un don, que el amor es el fundamento de su Encarnación y que la consideración y dignidad de las personas ha de primar sobre la insaciable ambición por las riquezas materiales.
Aquel niño en un pesebre ignorado por la sociedad en la frialdad de la noche, protegido sólo por su madre y su padre y por animales que le comparten su calor, se proyecta en la divinidad de Jesucristo, irradiando todos los rincones de la tierra que celebran Nochebuena y cada 25 de diciembre su humilde nacimiento en un establo de Belén.
Dicen las escrituras que había en la comarca unos pastores a quienes se apareció un ángel para anunciarles la buena nueva: “ha nacido un niño en Belén, Cristo, el salvador del mundo”. Junto al anuncio de esta buena nueva un coro celestial cantaba: “gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Que importante compartir la buena nueva en un mundo que con urgencia clama por amor y paz. El niño Jesús es el espíritu de esa paz, de la armonía y concordia entre nosotros.
No olvidemos el genuino significado de Navidad, y emulando un refrán atribuido a Charles Dickens: honrémosla en nuestros corazones y procuremos conservarla todo el año.

Diciembre 2023
Valencia, España
Santiago, Chile