Dr. Ricardo B. Maccioni
Neurocientífico

Hace unas décadas el afamado psiquiatra y psicoanalista Boris Cyrulnik
planteó y divulgó el significado médico de resiliencia, concepto que se
conocía desde los años 40. Una cierta capacidad, en parte genética y
parte experiencial de sobrellevar situaciones límites o cercanas a la
muerte. Se presenta en personas que han sufrido el holocausto, o las
atrocidades de la guerra, pero también en quienes están insertos en una
sociedad cada vez más despiadada y menos empática, con un nivel de
egoísmo nunca experimentado antes, donde se pierde la noción de que
vivimos en esta tierra junto a otros seres humanos.

Mi capacidad de soportar sin límites situaciones de extrema dureza me
sugieren que tengo algo de resiliencia, aunque son mis semejantes y
también mi psiquiatra quienes deben decirlo. Paso a contarles en breve
eventos autobiográficos en ese contexto.
Cuando tenía alrededor de 25 años, se me detectó una zona oscura en la
piel y una herida en mi pierna izquierda, que como lo esperaba, fue
diagnosticada como un melanoma. El estudio clínico, sumado a las
biopsias, lo confirmaron, y además que estaba en un nivel muy avanzado.
Me intervinieron quirúrgicamente y recuerdo que el cirujano me dio un
pésimo pronostico. Eran meses de preparación de uno de mis viajes a los
Estados Unidos, país al cual pronto llegué para proseguir mi formación
científica. Los controles con la oncóloga en ese gran país me indicaron
después de 5 años que estaba fuera de peligro, aunque sabemos que el
cáncer o la susceptibilidad la tiene uno toda la vida. Pasaron varias
décadas desde entonces, hasta que a mediados de la década pasada tuve
que enfrentar nuevamente mi cercanía a la muerte. Una hepatitis
autoinmune me obligó a tomar altas dosis de corticoides que me causaron
serios daños colaterales. Sufrí una osteoporosis que me provocó fracturas
en al menos tres vertebras. Una de ellas se introdujo en el canal de la
médula. Una operación a la columna, sumado a los importantes cuidados
de mi esposa Tatiana y mis tres hijos, más una larga temporada de
kinesioterapia me salvaron de una parálisis permanente. En medio de todo
aquello, se me detectó un absceso en la región del sigmoide del colon que

derivó en una grave septicemia que se logró controlar. Entonces tuve que
someterse a una colostomía de emergencia. La recuperación se extendió
prácticamente dos años y culminó con la reversión de la colostomía hecha
por un notable cirujano
Esto, que ocurrió hace ya más de 10 años, llevó a mis hijos (dos de ellos
son médicos) a rogarme que no trabajara más, que era mucho estrés, que
agradeciera que todo funcionó bien en mi recuperación. Al contario
continué adelante con mis investigaciones y mis proyectos con mucho mas
brío, subiendo prácticamente al doble mi dedicación laboral. Pese a la
larga convalecencia, en ningún momento me alejé del Centro Internacional
de Biomedicina (ICC), la institución que fundé en 1989 para desarrollar
“investigación médica de excelencia”. Me mantuve en contacto con mis
colaboradores para opinar y hacer un seguimiento a lo que ocurría en mi
laboratorio. Después de casi 50 años de investigaciones en neurociencia,
concentradas principalmente en la búsqueda de soluciones para la
enfermedad de Alzheimer, era absurdo detenerse. Sentía también que
muchas jóvenes vocaciones científicas que se desarrollaban bajo mi
mentoría dependían de mi fuerza en salir adelante para apoyarles en sus
carreras.
Todo no termina allí, en febrero pasado me diagnosticaron, después de
varios y complejos estudios, dos tipos de cáncer de manera simultanea: un
adenocarcinoma gastro-esofágico y luego un linfoma Non-Hodgkin. Con la
mano de un buen equipo médico, la fuerza de mis hijos y mucho trabajo
mental he logrado importantes mejorías. En el curso de estos 9 meses de
tratamiento he continuado con ahínco mis investigaciones gracias al
sobresaliente equipo de jóvenes investigadores. He dedicado una parte
importante a la Fundación Maccioni que apoya a los cuidadores y
pacientes con Alzheimer en todo Chile. El directorio de la Fundación
dirigidos por un equipo multidisciplinario, ha realizado una labor
encomiable, reconocida en el extranjero y por miembros del Instituto
Karolinska y la Fundación que lidera la reina Silvia de Suecia. Lo mas
maravilloso y que mitiga estos desordenes en mi salud, es el apoyo de las
personas comunes, que me escriben decenas de cartas y mensajes cada
día, me han otorgado el Premio Chileno del año, etc.
Se suma a mi condición de salud, la inexplicable acción y continuos
ataques de muchos pares en la ciencia, para bloquear mi trabajo desde mi
llegada a Chile. Digo inexplicable, porque solo me he dedicado como

científico a llevar a cabo una ciencia de primer nivel en el mundo,
reconocida por sus altos estándares de excelencia, y un accionar
caracterizado por la empatía y la compasión. No entrare al detalle de
casos, pues he logrado también sortear esos ataques injustificados,
“pensando en grande” y buscando lo mejor para Chile. Regresé a Chile
después de más de 15 años en EE.UU. y teniendo una enorme proyección
futura en ciencia en ese país, para contribuir a levantar la investigación y la
innovación en nuestro medio, un desafío que he estado enfrentando en
estos últimos 25 años. El ninguneo de la comunidad científica local no es
extraño puesto que llevo décadas sintiéndose como un extranjero en
mi propio país. Mas allá, seguiré el camino trazado aportando a la
calidad de vida de las personas mayores y los miles de pacientes y sus
cuidadores que lo necesitan.