Jorge Varela
Analista político

¿Cómo podría definirse a un país cuyos ciudadanos son proclives a responder en
términos negativos cuando se les consulta mediante plebiscitos para que
manifiesten su voluntad soberana en asuntos de trascendencia pública? En Chile
sus habitantes con derecho a sufragio dijeron “no” a Augusto Pinochet el año
1988, cuando aspiraba a prolongar su gobierno. En 2022 “rechazaron” la
monstruosa propuesta constitucional identitaria, colectivista, anti neoliberal de
izquierda radical; en 2023 se pronunciaron “en contra” del proyecto elaborado
mayoritariamente por sectores de derecha conservadora. 

Ustedes dirán: lo que se omite es que en los casos señalados había razones
contundentes para que la ciudadanía se pronunciara del modo en que lo hizo. Es
cierto. Pero lo inquietante va en otra dirección: es la motivación subjetiva que
subyace en el trazo de estos posicionamientos que a segunda vista parecen una
tendencia convertida en huella. ¿Hay algo de fatalidad irresistible en esta
hipotética predisposición a decir no? ¿O solo es el cruce atolondrado con las
oscuras callejuelas del destino?
El veneno de la hiperideologización
Carlos Meléndez, conocido académico peruano que llegó a vivir a Chile en 2014,
ha escrito: “Suelo decir –con nostalgia neoliberal dirán algunos– que todavía vi al
‘modelo’ funcionar. Las condiciones de vida no eran óptimas… pero ¿acaso no era
un mejor país comparado con el que vivimos ahora en medio de recesión
económica, incertidumbre institucional, inseguridad pública y violencia social
instalada en la convivencia cotidiana de un Santiago rayado, no solo en sus
paredes sino en las almas de sus habitantes?”.
De aquí surge una segunda pregunta: ¿qué ocurrió entonces para que Chile
perdiera ese rumbo?
Meléndez lo explica con singular acierto: “Ensayar una respuesta nos lleva a
los usual suspects: las élites. Pero, a diferencia de la crítica usual, no me refiero
exclusivamente a las políticas sino también a las intelectuales. Creo que en los
últimos diez años -de los que soy testigo-, ha predominado una lectura
sobreideologizada de la realidad, en general, y de los rivales políticos”. Ha ganado
la idea de que el consenso es tibieza y del radicalismo como statement moral.
Esta ‘polarización afectiva’ predominante en las élites ha conducido a operar la
realidad de manera errada. Y, lamentablemente, con el beneplácito de algunos
intelectuales públicos influyentes que otorgaban presunta autoridad académica a
diagnósticos exagerados.
A juicio de Meléndez, “la mayoría de las interpretaciones del estallido social y de la
necesidad de una salida constituyente continuaron por el camino de la
hiperideologización. Así, los manifestantes fueron leídos como sujetos
empoderados en búsqueda de un ‘nuevo contrato social’ (para la izquierda) o
como una suerte de alienígenas ‘manipulados por los enemigos de la nación’ (para
la derecha). Los primeros ganaron la narrativa, pero volvieron a chocar con la
realidad (proceso 1.0). Los segundos creyeron recuperar terreno, pero ese
supuesto giro popular a la derecha ha sido una ficción (proceso 2.0). En la última
década he visto a Chile, un país de instituciones sólidas, economía vigorosa y
sociedad ambiciosa, retroceder por responsabilidad de sus líderes políticos (y sus
acólitos intelectuales) que han convertido la memoria histórica en simbolismo
barato y el respeto al prójimo en una inútil batalla cultural” (Carlos Meléndez. “¿Por
qué ha retrocedido Chile?”. La Tercera, 14 de diciembre de 2023)
Tragando sapos
Con razón, en un medio ambiente tóxico como el descrito, el historiador chileno
Alfredo Jocelyn-Holt afirma que: “el electorado es capaz de tragarse cualquier
sapo, lo engañan, se contradice, e incluso soporta un gobierno inepto hasta
cuando roba” (columna “La casa embrujada”. La Tercera, 23 de diciembre de
2023). ¿Hasta cuándo será posible vivir en una sociedad envenenada?
Por desgracia las noticias del momento no son buenas: el anuncio de la
participación en el próximo Festival de Viña del Mar de un cantante mexicano al
que se acusa de apologista de los narcos, conocido por el nombre artístico de
“Peso Pluma”, sin que las autoridades llamadas a pronunciarse hayan dicho una
palabra concluyente al respecto, es la constatación de que estamos gobernados
por personajes tan livianos que pesan menos que una pluma. Así está Chile y
varios países de América Latina.