Por Jaime Abedrapo
Una visión de Chile en el ámbito político-estratégico del país nos permitiría
observar los desafíos a la seguridad humana. Sin embargo, el Estado sigue
recreando la fragmentación propia de las formas organizativas de los siglos XIX y
XX, lo que redunda en que las instituciones actúen de una manera estanca o
departamental.
Recordemos la iniciativa de la Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa
(ENSYD) que se presentó el 2012, cuyo principal error fue haber sido ideada
desde el Ministerio de Defensa Nacional, lo cual no permitía brindar una
perspectiva integral. Finalmente, la iniciativa sucumbió en el propósito de dotar al
país de una visión de futuro. La estrategia hasta hoy sigue pendiente. ¿Qué
órgano del Estado o actor público está dedicado a observar y analizar los desafíos
a los que el país deberá responder?, ¡ninguno!
Sin una visión estratégica, nuestro país no saldrá del estancamiento que vivimos.
Al no contar con ella se deja en evidencia una renuncia al buen gobierno en favor
de la improvisación de la acción política. En efecto, si un país no realiza el
ejercicio de observar los escenarios posibles, deseables y con ello disponer sus
capacidades para la anticipación o mitigación de las amenazas y riesgos, el
gobierno no conseguirá responder o adaptarse a los desafíos contemporáneos.
Actualmente apreciamos con gran intensidad fenómenos que no hemos sabido
catalizar o contrarrestar en sus consecuencias en el ámbito de la seguridad
pública. Alzas en las tasas de homicidios, ampliación del catálogo de crímenes
violentos, percepción de inseguridad generalizada, aumento de incivilidades, entre
otros asuntos que están en la agenda pública. ¿Qué debiéramos hacer para
mejorar la situación futura en estos asuntos?
Las consecuencias de una inexistencia de visión político-estratégica están en la
falta de rumbo de las políticas que impulsan los gobiernos de turno, el mal empleo
de las capacidades del Estado (agravada por un ineficiente sistema de inteligencia
nacional) y una tendencia a la disociación de lo público y privado, ya que al no
tener una visión de país estos se movilizan según sus objetivos, intereses
particulares y/o coyunturales. Así, mal gestionamos las amenazas a la seguridad,
además de no conseguir mitigar los efectos del cambio climático y también
continuaremos siendo ineficientes para abordar la inmigración desbocada. Todo
ello implica no mejorar nuestra cohesión social, que además está tensionada por
la mala educación pública y la irrupción de la IA, entre otros fenómenos.
Esperemos que el diálogo desarrollado en el Congreso del Futuro permita la
instauración de un sistema prospectivo que nos entregue herramientas para
avanzar hacia una institucionalidad que facilite la elaboración de una visión
estratégica de país, y con ello orientar las políticas públicas.